miércoles, 12 de junio de 2019

Los sentidos comunes ante la metamorfosis de los políticos y la política


 Publicado en Revista Ciencias Sociales, facultad de Ciencias Sociales UBA Buenos Aires N 85 Marzo 2014

Imagen: Mujer embarazada cayendo dentro de un tacho de basura, Pomarola Talk, 2010

Los sentidos comunes ante la metamorfosis de los políticos y la política
Lucas Rubinich*
I
Quizás la desestructuración de los partidos políticos y el debilitamiento de las tradiciones hace que las miradas comunes sobre los cambios de lo que queda de los partidos en relación a su tradición y de los agentes políticos en relación a sus partidos, sea de alguna indiferencia mezclada con cierta percepción de un nuevo estado de cosas. No obstante, se podría aventurar que los sentidos comunes circulantes en el presente miran con tranquila desconfianza, aunque también descalifican,  por lo menos en el murmullo retórico, a aquellos agentes políticos que dan un salto de una a otra institución partidaria, de uno a otro agrupamiento político. También existe el mismo gesto de desconfianza hacia aquellos que dentro de un mismo espacio son los encargados de producir maniobras que llevan a lugares que parecen diferentes a los que marcaba una tradición proporcionadora de identidad. Sin embargo, el que se esos cambios se hayan vuelto más corrientes con la crisis del sistema de partidos, no inhibe las evaluaciones críticas, pero quizás las hace menos dramáticas y casi ausente de consecuencias prácticas.
II
¿Cuales son los elementos que conforman los sentidos comunes frente a estos cambios y cómo se estructuran? ¿Hay alguna regularidad en cuanto a las maneras de pararse frente a estas situaciones influenciados por creencias, sector social, genero, nivel educativo, etc? Claro que seguramente hay diferencias si se contemplan esas distintas variables. No obstante, lo que se quiere plantear aquí, es que la crisis de las identidades políticas probablemente habiliten formas de pararse frente a esas situaciones que coinciden, aún en las diferencias, en no asombrase frente a los cambios. Y también que es posible pensar estas transformaciones de una manera  conceptual apelando a dos tipos ideales antagónicos en las maneras de explicar la salida del individuo de un grupo. A partir de allí se podrían considerar las situaciones que harían más o menos intensas cada una de las posibilidades.
Simplemente porque son parte del capital moderno para explicar la acción humana, es posible imaginar, que en los elementos desplegados por esos sentidos comunes para dar cuenta de estos recorridos dinámicos, de estos cambios, pueden encontrarse dos formas que flexiblemente y en un ejercicio de condensación pueden describirse de la siguiente manera: las que se detienen en la singularidad del agente concreto que los ha llevado adelante, y las que le otorgan un valor determinante en relación a esa conducta individual a  alguna característica de identidad del agrupamiento.
De alguna manera pueden pensarse como los tipos ideales opuestos, como las concepciones puras ubicadas en cada punto extremo en relación a la indeterminación-determinación social de la acción humana  que han construido tradiciones diferentes en la teoría social. En un caso la acción social fuertemente influenciada por el individuo y en el otro la cultura marcando casi a fuego a ese individuo. Y es verdad que estas miradas opuestas en la teoría social pueden convivir en un mismo grupo cultural e inclusive en un mismo individuo en las evaluaciones cotidianas, porque forman parte de ese capital explicativo moderno de la acción humana, porque las miradas cotidianas sobre el mundo no se organizan necesariamente de manera orgánica en función de una ideología y menos de una teoría y, sobre todo, porque en momentos deshilachamiento de  instituciones y tradiciones que fueron productivas en un momento anterior y de ausencia o falta de legitimidad de las nuevas, las acciones y las miradas tienen menos contención y se entremezclan con retazos de distintas morales fragmentadas. De todos modos, elementos de estas dos formas  de explicar acciones de cambio presentadas como un tipo ideal, pueden encontrarse en la cultura de nuestras sociedades.
III
Por supuesto que hubieron sentidos comunes fuertemente legitimados en la modernidad occidental que pensaron al individuo como una determinación social. Sobre todo cuando algunas miradas modernas se preocupaban por consecuencias alienantes de los cambios que se producían. Ellos, los cambios, y entonces la entera sociedad, caían con un peso abrumador sobre ese sujeto de la época que era el individuo
Hay imágenes contundentes que refieren al individuo alienado que ha ingresado  en la soledad de la sociedad de masas y pierde su humanidad. Una pérdida que está en la soledad de la sociedad de masas que preanuncia una literatura de segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Los hombres solos en la multitud de las nuevas grandes ciudades, en los sistemas que son vistos con nostalgia de comunidad como “individualistas”, y que deterioran su humanidad hasta transformarlo en un mero insecto. La metamorfosis que la sociedad produce en los individuos, no el individuo que cambia, que se metamorfosea a sí mismo. Es, si se quiere una mirada con sensibilidad sociológica, la idea de la metamorfosis afectando al individuo, si se quiere a la humanidad del individuo como el resultado quizás irremediable de los cambios de época cuando se caen viejas instituciones y con ellas modelos de autoridad  que no son reemplazados inmediatamente. Desacomodamientos productores de seres desmembrados que potencialmente pueden conformar la tasa de suicidio anómico
Esta miradas junto a las grandes tradiciones de la teoría social contemporánea podrían acercarse sin esfuerzo a aquella máxima platónica que dice “nadie es malvado voluntariamente” . Efectivamente Marx puede sostener que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con las que se encuentran directamente, que existen y les  han sido legadas por el pasado” . Y una cita libre de Durkheim podría construirse de la siguiente manera: cuando se quiebran las instituciones los seres humanos que a ellas pertenecían, son más individuos
Pero es cierto que si se atiende a la variedad, seguramente no infinita, de sentidos comunes que evalúan a los individuos en relación a sus cambios de identidad grupal o institucional en la mayoría de los casos prima el sesgo que fuertemente  atribuye poder explicativo a la voluntad individual. Ya sea para saludar ese cambio, ya para condenarlo. La glorificación de la voluntad individual es un gesto de las miradas herederas de la tradición moderna, cuando el individuo abandona instituciones tradicionales: iglesias, estructuras familiares, identidades de género. Son menos complacientes y aun condenatorios, los sentidos comunes, también los provenientes de esa misma tradición, que se actualizan para juzgar a aquellos que abandonan una identidad política. El sentido común que refiere a los cambios de los políticos se asocia, fundadamente, a una voluntad individual violadora de un pacto de delegación de autoridad colectiva, y en tanto ese cambio es evaluado como respondiendo al interés personal hay una descalificación. Y son distintas las intensidades de la evaluación generalmente descalificadora, de acuerdo sea la fortaleza de la tradición y el espacio institucional abandonado. Entre los tipos ideales extremos de alta y baja  productividad cultural de un espacio portador de una tradición, los gradientes  de la actitud descalificadora van desde el uso pasional del calificativo traición, hasta la mirada tranquilamente crítica de los que miran algo sobre lo que todavía puede pesar el calificativo de incorrecto, pero de algún modo perciben como irremediable.
IV
Los sentidos comunes se construyen de manera compleja siempre, y más todavía en épocas de cambio donde hay deterioro de viejas miradas. Lo viejo no termina de morir y simbólicamente persiste, porque dicho quizás de manera un tanto exagerada, en este mundo contemporáneo, lo nuevo ya llegó, pero sin ninguna bandera trascendente. Es el predominio del individuo, pero no del individuo trascendente equilibrado por las consignas de la revolución francesa, es el individuo crudo, pragmático, moviéndose sobre la escenografía de un republicanismo liberal sin fuerza. Entonces hay que recurrir a las hilachas de alguna tradición para darle por lo menos la ilusión retórica de algo parecido a la trascendencia hasta que quizás se apague esa necesidad construida socialmente o probablemente resurja resignificada alguna tradición castigada por los nuevos aires de época.
En la política argentina elementos de estas dos formas mencionadas de explicar los cambios parecen actualizarse simultáneamente. En la que recurre a variables culturales atribuibles al colectivo (actuó así, porque los peronistas son así), el desfasaje en relación al deterioro de las instituciones políticas que informarían ese “ser así”, debería ser pensado como evidente. Porque, en verdad, ¿es posible actuar como peronista o como radical en el sentido fuerte cuando hay una importante fragmentación institucional y una poderosa debilidad simbólica? Para hacer esa evaluación se presume la existencia de ese colectivo con sostenes institucionales y culturales. Dadas las condiciones del presente, sería saludable, por lo menos dudar, sino sobre su existencia, sobre su efectividad, sobre su capacidad de ejercer fuerza simbólica. Del mismo modo ocurre cuando el cambio se atribuye al individuo y ese gesto es calificado como traición (traicionó o, quizás, decepcionó, al radicalismo) lo que presupone, del mismo modo que en el caso anterior, la existencia de un colectivo realmente existente o una tradición fuerte que se abandonan. Cuando lo que existen son instituciones y tradiciones que sobreviven como fantasmas agujereados hasta tanto se las suplante o eventualmente revivan bajo otras formas, el abandono de esas instituciones y de esas tradiciones, es apenas caminar hacia otro lado, y está bastante alejado del tipo de la relación que presupone el gesto fuerte y dramático de la traición.
Desde ya que no se trata de pensar en la existencia anterior de instituciones o tradiciones impermeables a los cambios, cristalizadas y poderosas. Si hay algo que no pueden pensarse así son los partidos políticos en Argentina que como corresponde han sufrido modificaciones en el tiempo y además han carecido de continuidad de funcionamiento en el marco de tranquilidades republicanas. No obstante hubo momentos que, con la ambigüedad de los grandes partidos y en el marco de esa inestabilidad republicana, tuvieron mayor organicidad y sus tradiciones flexibles pesaron sobre quienes estrictamente conformaban sus filas y también sobre sus adherentes. Lo cierto es que en el corto tiempo de los últimos veinte años estos gestos dinámicos (cambios de un grupo a otro, movimientos contrarios a núcleos de la tradición) han sobreabundado y en algunos casos han resultado significativos para el conjunto del sistema político.
”Peor que la traición es el llano” es la frase que según algunos viejos políticos habría pronunciado en un espacio de coloquialidad, un también veterano operador político de uno de los dos grandes partidos. Seguramente refería  en tono de broma, en una mesa nocturna y luego de alguna batalla electoral, a los reacomodamientos resultado de una interna partidaria. Elementos de la picaresca política que podía manifestarse de ese modo en el reconocimiento de seguir habitando un espacio más o menos común, con algunos elementos conformadores de la tradición que no era fácil ignorar y que seguramente no se encontraban en la letra escrita. Había solidaridades tejidas entre sectores heterogéneos en base a lazos armados en la experiencia que podían evitar, por ejemplo, el abandono total del derrotado en una interna o algún otro gesto que con tribuía a la reproducción del espacio. No se trataba de partidos ideológicos, pero si con algunas marcas culturales compartidas que podían atravesar heterogeneidades sociales, religiosas y hasta estilos de hacer política, contenidos en el amplio mundo de una historia y de flexibles banderas que sin embargo podían pensarse como aglutinantes de algo en común que se actualizaba en la confrontación con el otro.
Por supuesto no hay historia armónica, y hay momentos de quiebres y de confrontaciones dramáticas. Así y todo, hay prácticas relevantes en términos simbólicos y cuantitativamente extendidas, con capacidad de cohesión y reproducción de esos heterogéneos mundos. Por eso la frase que usa una palabra como traición, más corriente en el mundo peronista que en el radical, solo es posible de ser pronunciada, en un grupo de pares que forman parte tanto como él de ese algo flexible pero real que es su partido, de manera irónica. Y la ironía no inhibe que exista una referencia real. Los abandonos de unos y reacomodamientos con otros se hacen bajo la protección de esa difusa cultura común.
V
Claro que los cambios operados en los gobiernos de Carlos Menem, iban a resultar en transformaciones significativas en la economía, la política y la cultura. Cambios fortísimos que eran parte de una verdadera revolución neoconservadora a nivel internacional y que en términos político culturales construía una extraordinaria hegemonía que lograba inficionar a los partidos convencionales, por supuesto  al estado, al mundo de los negocios, y al campo cultural y científico. Y en términos de transformación simbólica quizás eran tanto o más relevante que los cambios impulsados por los nuevos aliados del peronismo en el ministerio de economía, los que pensaban e implementaban funcionarios técnicos y funcionarios intelectuales que se habían formado en los procesos de radicalización del mundo universitario de los años sesentas y setentas, y que formaban parte de las zonas más dinámicas del mundo académico y cultural. Uno de esos grupos llevaría a cabo en el ámbito de la educación la reforma  más regresiva que afectó a la educación pública argentina y que se armaba como parte de un proceso latinoamericano de reformas (que habían contribuido a diseñar ) implementado por un organismo financiero como el Banco Mundial La habilitación y continuidad de estas experiencias, primero con uno y luego con el otro gran partido, se asentaban, entre otras cosas en la percepción generalizada, construida desde la fortaleza política, cultural y económica, de estar ante un cambio de época irremediable.
A partir de esos momentos, no es que masivamente desertan las tropas y caen estrepitosamente banderas y otros símbolos. Hay situaciones inerciales que producen una paulatina dilución. Se continua marchando pero quienes lo hacen, a medida que las prácticas concretas van reafirmando esa nueva visión del mundo que ahora unifica a ambos partidos y a la centro izquierda, son cada vez menos peronistas o radicales, o ( lo que es más fácil) frepasistas,  y se convierten en individuos que hacen carrera política. Retóricas que refieren a la sensibilidad nacional popular o la ética republicana se pronuncian, no necesariamente de forma cínica, acompañando prácticas que son más deudoras del clima de época que coloca al individuo pragmático en el centro de la escena, que a las tradiciones que aquellas refieren.
VI
Y a medida que pasa el tiempo hay cada vez mayor habilitación para reafirmar esas prácticas y transformar esa retórica en meras guirnaldas de una escenografía de ritual cristalizado. Un hecho relevante para pensar en los quiebres de tradiciones ocurre un día de fines de setiembre de 1999 en el estadio Monumental de Nuñez donde se cerraba la campaña de los candidatos Eduardo Duhalde y Ramón Palito Ortega. Habló primero el cantante Ortega y luego Duhalde en medio de una lluvia primaveral que caía sobre 50.000 personas provenientes en su mayoría del conurbano bonaerense.El candidato habló centralmente a los empresarios. Carteles que referían a las intendencias del conurbano y a distintos gremios se levantaban en medio de la multitud. El final del acto, cuando ya amainaba la lluvia subió al escenario la actriz y cantante Nacha Guevara que había protagonizado una de las versiones del musical Evita y caracterizada domo Eva Perón cantó No llores por mi Argentina.
Ese ritual protagonizado por Nacha Guevara es en verdad fundacional en relación al la conformación de nuevos elementos de la cultura política que producirán un desfasaje entre la tradición hecha cosa pintoresca por un lado y la vida política práctica ( lo que verdaderamente hay que hacer más allá de las identidades) por el otro. Cuando los cambios operados en la política impiden la recuperación de aspectos de una tradición y sobre todo los aspectos  más rebeldes de esa tradición, ocurre que a la vez se hace necesario no desprenderse de indicadores de la pertenencia a esa tradición porque, al fin y al cabo, es sobre esas banderas descoloridas sobre los que se mantienen las formas organizacionales concretas que, aunque deterioradas, permiten seguir andando. Entonces se produce ese hecho de incorporación del ícono de la manera más despolitizada posible negando cualquier aspecto  de relaciones con el presente, de la lucha política, en tanto lucha.
El ritual del acto político es un ritual en que lo escenográfico y performático cumplen un papel relevante. Tiene algo de instituyente ya que se reafirma una diferencia entre el o los líderes y los seguidores, se confirma el papel del líder, de algún modo es un escenario de revalidación y fortalecimiento de la autoridad. Y las tradiciones están allí en la forma de interpelar en la misma escenografía, en las imágenes en las banderas. Pero el centro vital del ritual está en la performance del líder que cita nombres y frases familiares a la tradición  nombrando al presente, y así la actualiza, reafirma su autoridad y vivifica la identidad del espacio.  El cierre con una performance hecha por una actriz que es la actualización de un producto de la industria cultural internacional pone al ícono en una situación de extremo desfasaje con el núcleo conceptual de un ritual político, sobe todo porque es una performance en un escenario donde la performance ocupa un lugar central en la revivificación de la tradición. La performance allí, aun la menos eficiente simbólicamente, es siempre vital o se propone serlo. En este caso se desvitaliza de manera radical porque se trata de algún modo de un producto seriado, cosificado, producto de la industria (legítimo en un  teatro, pero no allí) que además , a diferencia de unas remera con imágen o un afiche, se propone generar emoción, ilusión de vitalidad. Y además en tradiciones sensibles a los liderazgos carismáticos, ocupa el escenario donde debe estar el líder 
Se podría abundar en situaciones de ambos partidos y en gestos sociales que con mayor o menor intensidad puedan pensarse como indicadores de la debilidad extrema de tradiciones que tuvieron potencia en la historia argentina en distintos momentos del siglo XX.  Y entonces vendría a cuenta citar lo que algunos veteranos del radicalismo comentaban con incomodidad en relación a uno de los jóvenes viceministros del presidente De La Rua, ex militante de la juventud universitaria,que al renunciar el ministro se negaba a abandonar su cargo de vice alegando que significaría un deterioro de su posición económica. Y aunque esto fuera solamente un murmullo el hecho de que resonara fuerte, lo convertía en un dato. Quizás tampoco sería irrelevante atender como un restaurante de la zona de Palermo en Buenos Aires se habilitó a jugar con los símbolos de la tradición peronista, desde el nombre del lugar, hasta las denominaciones del menú en donde se puede encontrar cerveza roja montonera y, traspasando los límites cualquier parámetro del buen gusto, una tabla de fiambres que se llama Pedro Eugenio.
VII
Sin apelar a un esfuerzo desmedido, es posible inferir que algo debe pasar en las organizaciones, en los grupos, en sus identidades, para que ocurran estas cosas que se parecen bastante a un fin de época que encima no promete alboradas gloriosas en reemplazo. Y quizás no sea demasiado difícil de ver. No obstante decretar la transparencia del mundo, aun ante los indicadores de la evidencia, suele convertirse en un movimiento arriesgado. Sobre todo porque hay una porción no desdeñable de voces diferentes, social y culturalmente hablando, que con sus respectivas estéticas,  parecen creer, o quizás hacen un esfuerzo por creer para no quedar al descubierto, que existen activamente algunas tradiciones que se encarnan en algunos individuos, en los restos de uno u otro partido, e inclusive en algún grupo social, y que las acciones, los movimientos de la política concreta, pueden ser explicadas en relación con ellos. Además es verdad que en el mundo dinámico de la política más allá de situaciones de verdadera hegemonía cultural, hay momentos de significativos desacomodamientos y siempre, filtraciones. Allí están las poderosas experiencias disruptivas de algunos países latinoamericanos. Y, específicamente en el caso argentino, los gobiernos de los Kirchner restituyendo gran parte de la autonomía perdida a la política e intentando con fuerza y consecuencias reales, la resignificación de aspectos de una tradición, aunque sin poder modificar la situación de extrema  fragmentación del propio espacio. Pero aun con estos movimientos que parecen negar lo anteriormente mencionado, algunas de las condiciones estructurales que generan los debilitamientos continúan teniendo presencia. Quizás en algún momento  se manifestarán con escasa fuerza y en otros con clara potencia, pero en verdad continúan actualizándose bajo formas diversas en la vida cotidiana  y no deberían subestimarse.
 VIII
Los sentidos comunes arman su mochila con los residuos de las tradiciones incorporadas, pero también producen procesos de adaptación creativa a los cambios, también a los no declarados y percibidos como tales. Somos moneda, dirá Norbert Elías, pero también acuñamos.
Porque es cierto, que en todo momento hay formas del sentido común que, de algún modo u otro, y en el medio de dinámicos idas y vueltas, dan cuenta de los cambios menos explícitos. Aunque sea de manera confusa y mezclando elementos de la receta aprendida junto con el sentido práctico que descubre  la legitimidad potencial de algunas nuevas prácticas. Que, en fin, resultan más compatibles con el clima de época o, si se quiere, con las nuevas formas de dominación. La explicación del que atiende a los movimientos del individuo saltando de unos a otros de los restos del sistema político y que retóricamente hace un gesto de descalificación frente al abandono de una identidad, también percibe que, aunque de ese lugar cuelguen guirnaldas que hacen referencia a una tradición, ya no tiene el poder culturalmente coercitivo de los espacios simbólicamente fuertes.
Porque tanto el agente concreto que produce ese cambio mayor o menor, como el que lo descalifica desde algún espacio social y cultural determinado, están participando en instituciones débiles y de algún modo u otro pueden percibir y vivir esa debilidad. Es lo que potencialmente harían otros que juegan el mismo juego de darse circunstancias similares y aun los ciudadanos que no participan directamente de ese juego y que inclusive pueden actuar alguna individualista retórica condenatoria. Más allá de los aires revitalizadores de la ultima década,  dadas las condiciones institucionales del sistema político en el presente, de un clima cultural asentado en prácticas cotidianas y en transformaciones estructurales profundas, no hay que forzar demasiado el análisis para dar cuenta, entonces, de que el cambio de bandera política no es algo que los distintos sentidos comunes circulantes puedan percibir como extraordinario.  Por el contrario, la relativa indiferencia parece volverlos gestos de algún modo consabidos, quizás dotados de alguna racionalidad y, acaso, cada vez más justificables socialmente.

*Lucas Rubinich es sociólogo, profesor titular de la Carrera de Sociología la FSOC UBA, investigador del Instituto de investigaciones Gino Germani. Fue director durante cuatro períodos de la Carrera de Sociología. Desde hace 14 años dirige la revista Apuntes de Investigación