lunes, 22 de agosto de 2011

MELERO Y LOS FANTASMAS DEL MUNDO OBRERO






























Melero con los fantasmas del mundo obrero

Atrás del Parque la zona de Parque Patricios tiene todavía, luego del proceso de desindustrialización, inmensos galpones. Algunos son depósitos de importaciones y otros quizás albergan algún resistente establecimiento industrial. A la vuelta del barrio autoconstruído que el MTL organizó con desocupados de distintas zonas y que fue diseñado por prestigiosos arquitectos (y allí la radio Sur conducida por los compañeros de El Andamio de la Facultad de Ciencias Sociales), está el edificio de lo que hace más de treinta años fue la fábrica Bruno y Cia, productora de Amianto, gomas y afines. No fue necesario esperar a las disputas que el reducido mundo trabajador de occidente entabló en relación con los peligros de los productos que contuvieran asbesto como el amianto, para cerrar la fábrica. La política económica de la dictadura promotora del Terrorismo de Estado comenzó a vaciar fábricas antes de los años noventa.
En ese barrio, entre el parque y Amancio Alcorta, las madrugadas se poblaban de obreros que iban temprano a su trabajo, hasta los primeros años setentas. “A las cinco de la mañana, había por estas cuadras más gente que un domingo en la calle Florida”, dice un viejo vecino. “Claro todos vestidos de mameluco” Y allí había una continuidad. Los obreros caminaban esas calles desde principios del siglo XX. En alguna vieja fonda se celebró con un brindis el acto vindicatorio de Simón Radowitzxky; y el entero barrrio se conmovió en el trágico enero del año 19, El 17 de octubre se vivió como una fiesta popular como todas las movilizaciones del primer peronismo y en esa época la población creció y la alegría popular inundó esas calles empedradas. Hasta los primeros años setentas las asambleas obreras expresaron un proceso de radicalización quebrado violentamente por el terrorismo de estado.
Esos fantasmas construidos con maximalismo libertario, la rebeldía y la celebración peronista, el sufrimiento, las luchas y un lazo social fuerte, caminan hoy por las calles del barrio y su herencia concreta quizás está hoy en las luchas de los desocupados, hecha barrio digno. Quedan los restos de una potente cultura obrera. Sobre esos restos y acompañado de esos poderosos fantasmas es que Diego Melero realizó su performance en la ex fábrica Bruno y CIA, productora de amianto, convertida hoy en un centro cultural. Quiebra, unión obrera metalúrgica y amianto en Parque Patricios es el título de esa performance.
Horacio torres fue coordinador de este proyecto y sus buenos resultados no son independientes de que ya en otras oportunidades este artista, curador y director de museo, había curado obras de Diego Melero.
La ley de quiebras es la división que arma la performance de Diego melero convertido en un representante de la Unión Obrera Metalúrgica. Y es aquí que la obra de Melero adquiere la forma de paradoja construyendo un objeto que problematiza la historia argentina, o, si se quiere, una parte dramática de la historia de los trabajadores en Argentina. La primera parte de la performance se desarrolla en un entrepiso de la fábrica que desde el galpón donde estábamos los espectadores se veía a través de tres grandes ventanales de vidrios cuadriculados que estaban densamente empañados. Veíamos la sombra de Melero y escuchábamos su voz. La sombra hablaba de la cesación de pagos, el concurso, la hipoteca, y escribía en los vidrios empañados esas palabras que eran dibujadas al revés desde atrás de esa improvisada pizarra de vidrio para que quienes estábamos abajo pudiésemos leer correctamente. La sombra nos cuenta desde otro momento una historia que se hace difícil de convertir en un relato legible. Algo percibimos, pero, como siempre, solo algo, aunque las voces que sufrieron el derrumbamiento de una cultura obrera gesticulan y tratan de llamar la atención sobre lo que fue el final de una forma de vida. Esa sombra se movía de uno a otro ventanal escribiendo y hablando y nos decía muchas cosas de lo que provocó la Ley de Concurso y de Quiebras, la 24 522, como dicen los abogados. Esa es quizás la línea jurídica y simbólica que divide dos momentos. Pero, es verdad no todo se esfuma hay obreros y hay nuevas luchas. Las instituciones sindicales actúan sobre un mundo que entre otras cosas les ha sacado miles y miles de obreros y con ello parte importante de su fuerza política y cultural. Un gesto de la UOM en los años cincuenta, sesenta y primeros setentas era escuchado con atención por distintos sectores de la sociedad, por factores de poder y el gobierno que fuera. La UOM le hizo un célebre paro al primer peronismo en la primera mitad de los años cincuenta. Hoy la UOM es un sindicato importante, pero en una población que ha perdido miles y miles de puesto de trabajo industrial. Hoy la UOM no “para” el país. En las décadas mencionadas antes si podía hacerlo. Sin embargo, ahí está el viejo sindicato y algunas franjas de obreros como sus representados. Lo que es verdad es que la cultura sindical aprendida por sus dirigentes en otras épocas sirve para negociar, pero para negociar en retirada.
Por eso en la obra de Melero la lucha contra el amianto que contiene asbesto que produce cáncer de pulmón es una lucha justa que resulta extemporánea. Y allí es que baja Melero al primer piso y se lo ve ya no como sombra, sino como ser humano que se calza el casco amarillo y se enfrenta a los que éramos su público. La sombra era la voz confusa de la historia, el hombre de casco amarillo es el mundo presente con actores desacomodados. La lucha que escenifica el artista Melero es la lucha que debía haber ocurrido en los años noventas cuando se comenzó a debatir sobre el amianto como productor de cáncer de pulmón. En esos años las leyes laborales habían arrasado con los derechos de los trabajadores y antes el proceso de desindustrialización había provocado el cierre de esta misma fábrica convertida ahora en centro cultural. Hay momentos en los que el pasado no termina de morir, aunque el escenario sea claramente otro y lo que puede ser nuevo no queda plenamente configurado. En esos momentos se actúa con conocimiento de receta. Se habla del asbesto a los fantasmas de obreros que probablemente hayan muerto de cáncer sin poder atribuir esa enfermedad a sus condiciones de trabajo. Y se recuerdan las grandes luchas obreras desde un discurso peronista, se recuerda la semana trágica y el 17 de octubre, se canta la marcha peronista y los obreros ya no están en Bruno y CIA y en decenas de otras fábricas de amianto. Esos lugares que los enfermaban les permitían también a algunos soñar con un mínimo mundo mejor producto de esa integración y seguridad laboral y a otros soñar con enteros nuevos mundos. Pero ese discurso fantasmático aquí como elemento potente de una obra de arte sea quizás no solo la ironía sobre los gestos extemporáneos, sino también las formas en que se condensan en un trato mano a mano, igualitario, alejado de las maneras pomposas y grandielocuentes, los núcleos significativos que permiten la reinvención de una tradición ligada a las posibilidades de la emancipación humana.
Es arte político el arte de Melero, no porque prometa algo a futuro o porque parta de un modelo preconcebido que es necesario alcanzar, lo es porque cuestiona lo dado, problematiza lo cercano, desacomoda.
LR