viernes, 18 de mayo de 2012

"Ni víctimas ni verdugos" desde LA MULTISECTORIAL INVISIBLE en ARTEBA, hacia el mundo.

El jueves a la noche pancho, Pomarlola Talk y Lucas R II entrevistamos a la artista conceptual, performer y feminista queer EFFY. El viernes a la mañana Lucas y Pomarola hablaron sobre la revitalización de la política y de allí surgió una alianza entre dos movimientos El movimiento hacia el erotismo y los Anarkomimosos de La Plata y se propuso una gran marcha el 26 de mayo desde La Boca hasta la fuente de la Lola Mora por el placer  y el erotismo






lunes, 14 de mayo de 2012

"Ni víctimas ni verdugos" el clásico programa de realaradio.com.ar en ARTEBA el jueves a las 19,20hs.


"Ni víctimas ni verdugos" en ARTEBA el jueves 17 de mayo en la obra-radio MULTISECTORIAL INVISIBLE, de 19,20 a 20,10hs. Pilotos a cargo, sin plan de navegación, sin carnet de timonel e iniciados en nudos marineros: Pomarola Talk, Pancho Langieri y Lucas Rubinich II.
Este jueves en ARTEBA entrevista a effymia, artista conceptual,performer y feminista queer

domingo, 6 de mayo de 2012

¿De qué oligarquía me hablás?.

Desacomodando sentidos comunes circulantes sobre consumos de elites, nuestro amigo Claudio Benzecry habla con sensibilidad agudeza y afecto de un público de sectores medios, consecuente y apasionado amante de la ópera.



La ópera no es aristocrática

Mitos y verdades del público del Colón

Una investigación revela que el perfil real de sus asistentes no responde a los estereotipos
Por Hernán Iglesias Illa  | Para LA NACION
N
UEVA YORK.- Una tarde de 2002, Claudio Benzecry subió en un ómnibus frente al Teatro
Colón y viajó más de 50 kilómetros con un grupo de fanáticos de la ópera hasta el Teatro
Argentino, de La Plata, para ver el estreno de una puesta de La Bohème . Durante el
trayecto, una mujer se le acercó y le preguntó quién era: "Acá nos conocemos todos y
nunca te había visto". Cuando el sociólogo Benzecry le explicó que estaba en aquel ómnibus porque
quería estudiar al público de la ópera en la Argentina, especialmente el público del Teatro Colón, la
mujer le respondió: "Muy inteligente de tu parte. Hiciste muy bien en venir acá".

Y después le dio una recomendación que terminaría siendo clave: "También deberías ir a la parte del
teatro donde la gente asiste de pie. Ahí aprenderás unas cuantas cosas. Los que van al gallinero son
los que realmente aman la ópera y saben todo sobre ella". Benzecry, que estaba preparando su tesis
de doctorado en sociología para la Universidad de Nueva York (NYU), aceptó el consejo de la mujer y
dedicó los años siguientes de su vida a estudiar al público del Colón en general, pero en particular al
muy peculiar e inclasificable grupo de gente que llena los tres pisos más altos del teatro. La
investigación y el esfuerzo de Benzecry se vieron recompensados el año pasado con la publicación de
un libro en inglés, editado por la editorial de la Universidad de Chicago, y su publicación, este mes, de
la versión en castellano, El fanático de la ópera: etnografía de una obsesión , editada por Siglo XXI
Editores.
A mitad de camino entre el libro académico y la crónica periodística, Benzecry, de 40 años, narra su
propio descubrimiento del submundo que habita en los techos del Colón (en la tertulia, a donde sólo
pueden ir hombres; la cazuela, sólo habitada por mujeres, y el paraíso, donde pueden ir parejas) y
descubre que la pregunta más interesante es: ¿qué quiere decir "enamorarse" de algo como la
ópera? Hijo del director de orquesta Mario Benzecry, el autor incorpora también sus recuerdos como
niño y adolescente entre las bambalinas del Colón -donde su padre dirigió varias veces a la
Filarmónica de Buenos Aires y, durante dos años, a la orquesta del ballet- para poner en duda
algunos de los preceptos de la sociología. Leyendo a Pierre Bourdieu y otros autores clásicos,
Benzecry había aprendido que el público de alta cultura quiere "distinguirse" socialmente y
moralmente de otros grupos. Pero Benzecry, recordando a las personas que se acercaban a su padre
en los años 80 y las personas que conoció en los primeros tramos de su investigación, como aquella
mujer en el ómnibus a La Plata, sintió que en el público del Colón había algo más que pretensiones
sociales. Eso es lo que quiere probar en el libro: que el público de los pisos altos del Teatro Colón -
normalmente de clase media, formado por personas solitarias y algo tristonas que saben muchísimo
de ópera- no sólo va al teatro para ganar estatus social, sino también para expresar una variante
extraña del amor: el amor por la ópera.
-¿En qué momento empezaron a chocar sus recuerdos de infancia con sus lecturas
académicas?
-Mi recuerdo de cuando era chico era que la gente que se acercaba a mi viejo o a los músicos
después de la función era gente con la ropa gastada, pitucones en los hombros y que hablaba como
los viejos hinchas de fútbol: «Yo lo vi debutar a usted con el violín en 1954». Cosas así. Después,

cuando empecé a leer a Bourdieu y otros autores sobre los gustos de las elites, vi que aparecía todo
el tiempo la asociación entre música clásica, ópera, alta cultura y capital cultural. Y sentí que había un
desajuste entre lo que la sociología dice sobre cómo funcionan esos mundos y mi experiencia y mi
recuerdo. El registro de estatus y clase social también existe, por supuesto, pero no es el único.
-O sea que hay algo más. La gente no va al Colón para aparentar.
-Exacto. Hay una relación con el estatus, pero funciona muy distinto. La versión de la sociología más
clásica es: yo cambio esto por otra cosa. Yo acepto ir al Colón y cambio eso por figuración social o
conocer gente para conseguir un trabajo o un negocio. Yo me encontré con algo que era incambiable,
porque si vos decís que vas al Colón cuatro veces por semana, es probable que lo vean como medio
raro.
-¿Cómo definiría a estas personas? En el libro dice que la mayoría es de clase media, desde
abogados hasta empleados estatales.
-Socioeconómicamente no me terminó de quedar claro. Con la que hablé, me decían que habían
nacido o tenían familia en Arrecifes, Salto, Colonia Pringles, las afueras de Bahía Blanca. Se repetían
los mismos nombres, donde probablemente paraban compañías itinerantes que hacían fragmentos de
óperas. En la Capital, aparecían muy mencionados barrios clásicos de clase media, como Flores,
Floresta y Devoto; además de Avellaneda y Lanús. Y también está la cuestión italiana, cuyos
inmigrantes tenían una fuerte tradición de afición por la ópera. Algunos te cuentan que ingresaron en
la ópera yendo al viejo teatro Marconi, que estaba en Once.
-¿Los de arriba son más fanáticos que los que tienen abono?
-No, no. Es algo que se dice, pero yo, de hecho, conocí arriba a personas que tienen abono, pero que
cuando quieren ver una ópera por segunda vez, van arriba. Porque es imposible sacar cinco abonos.
Quiero decir: a diferencia del público tradicional y de los fundadores del Teatro Colón, que eran las
viejas familias tradicionales, la gente de arriba no tiene la fantasía de ver a una Argentina potencia,
moderna, integrada al mundo y a la alta cultura. Además, en los últimos 20 o 30 años el Colón dejó de
ser un lugar importante de circulación social, en términos políticos y socioeconómicos. Los
presidentes y los jefes de gobierno ya no van a la ópera. La red de las familias tradicionales todavía
existe -Amalita donaba plata todos los años-, pero eso financiaba el 10%, como mucho, del
presupuesto del Colón.
-¿Hubo algún afecto de la crisis de 2001-2002 en el público del Colón?
-Los fanáticos de la ópera durante mucho tiempo sintieron que el Colón era una especie de isla, o de
refugio, de la decadencia del país. Ni el peronismo ni la dictadura, por ejemplo, se metieron
demasiado en el Colón. Ya no lo es más. O por lo menos no lo era cuando yo hice las entrevistas, en
2005 y 2006. Me decían que los músicos ahora «tocaban en mangas de camisa». O me marcaban la
suciedad, la decadencia del edificio, los vagabundos durmiendo en la puerta, los volantes de «cambio
cartucho de impresora» pegados en las paredes. Sentían que había una degradación de afuera hacia
adentro del Colón. Y aparecían muchos de los reclamos de la clase media de esa época: «Esto es el
Colón piquetero». O: «Esto es una oficina pública con escenario».
-En el libro dice que el público del Colón valora mucho "saber" de ópera. ¿Saben de verdad
o fanfarronean?
-En general, saben de verdad. Tienen ese ethos de la clase media de ganarse el mérito, de «hago
esto y lo hago bien porque me esfuerzo». Pero, además, algo que ocurrió específicamente en el
Colón es que el público de arriba se desarrolló casi al margen del público de abono, en buena parte
porque el Colón tiene puertas de entrada distintas para cada uno de estos grupos. La gente de los
palcos entra por Libertad y los de arriba entran por Viamonte o Tucumán, según el sector. Y nunca se
cruzan. Nunca dicen: «Vamos a toa tomar un café» y están mezclados los de los palcos con los de
cazuela y tertulia. Y eso significa que se armaron normas de reclutamiento y etiqueta propias, sin
necesidad de copiar las de la elite.
-Da la impresión de que les gusta hablar de sí mismos.
-Mucho. Cuando me veían con el bloc o se enteraban de que estaba estudiando al público, venían y
me decían: «Anotá esto», o «Acá lo importante es...». Para mí fue superdisfrutable, en parte porque el
público del Colón es gente que no tiene a quién contarle esto. Hay mucha gente sola, o que va al
Colón empujada porque no tiene otros espacios dónde compartir su pasión por la ópera y eso a su
vez refuerza el ir al Colón, que es el único lugar donde puede hablar del tema. Algo que me decían
mucho era: «Acá me entienden y me respetan».
-¿Charlan mucho entre ellos, se hacen amigos?
-Sí, pero los momentos de sociabilidad son cortos. La gente va un rato antes a sacar la entrada.

Conversan ahí y durante los intervalos, pero no durante la música, porque está supermal visto. A mí lo
que me llamó la atención es que a la salida no se habla. Hay un desagote fuertísimo de hablar en la
escalera, yendo hacia la salida, pero después cada cual se va por su lado. Yo tenía la fantasía de que
iba a tener unas cenas buenísimas, pero no había nada de eso.
-¿A ellos les gustaría que la ópera fuera más popular, o les gusta sentirse exclusivos?
-Es raro, porque, por un lado, creen que la ópera es lo máximo, y por eso debería gustarle a mucha
más gente. Pero la ópera no es una marca de clase, es una marca de espiritualidad. Les gusta que
vayan chicos de las escuelas al Colón, y al mismo tiempo, se ven a sí mismos como parte de una elite.
¿Qué pasaría si se abrieran las compuertas del Colón y el Gobierno declarara un «Opera para
todos»? No sé si les gustaría.
-¿Se sienten como una especie de refugiados culturales?
-Yo digo que hay un «efecto Asterix». Ellos hablan mucho de la decadencia cultural argentina y, en
esta narrativa, se ponen a sí mismos como la última aldea que resiste al invasor. Muchos son
antifutboleros, pero mucho más que eso critican la cultura basura, a Marcelo Tinelli. A Tinelli le pegan
con todo lo que hay. .