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La producción de nociones de rebeldía juvenil en los sesenta[1]
La producción de nociones de rebeldía juvenil en los sesenta[1]
Lucas Rubinich
I
Durante la llamada década de los años
sesenta (que flexiblemente puede incluir los ultimos años de los cincuentas y
los primeros de los setentas) se manifiesta un complejo proceso que se fue
incubando en momentos anteriores y que puso en la escena al actor juvenil como
un sujeto portador y promotor de un espíritu de cambios. Aunque este fenómeno
se extendió a distintas zonas de la sociedad, en términos simbólicos, los
referentes fundamentales de esta asociación entre cambio y juventud fueron
franjas de las generaciones jóvenes de distintas zonas del campo cultural que en
el caso de América Latina, también participaron y de algún modo se convirtieron
en constructores o dinamizadores de zonas heterodoxas dentro del campo
político. Estas diversas experiencias le dieron una fuerza muy particular a una
noción de juventud ligada al inconformismo y la contestación con elementos de
extrema radicalidad, que se convirtió en predominante, sin lugar a dudas, en
tanto relato y en tanto formas icónicas incorporadas a un nuevo momento de la
cultura occidental,
La pregunta a contestar es porqué esas
nociones de juventud que cuestionaban el orden adquirieron tanta legitimidad en
la lógica de ese mismo orden, no solo en el momento en que se desprendieron de
los movimientos sociales concretos que podían amenazar ese orden, sino también
en esos mismo momentos en los que desplegaban su capacidad de contestación? Se
ha escrito mucho sobre la capacidad de algunas formas dinámicas del capitalismo
moderno para apropiarse y resignificar experiencias que nacieron como
alternativas y transformarlas en formas
dinámicas de la cultura dominante. La sospecha de que pueda resultar, sino
vano, redundante, insistir en esa dimensión en términos generales, habilita el
intento de dar cuenta de algunos aspectos de los muchos que permitieron darle
tanta visibilidad y reconocimiento a esa noción de juventud contestataria,
antes de que se transforme en íconos expresión de un momento cultural pasado.
A la vez quizás también resulte pertinente intentar un par de hipótesis sobre la
particular complejidad de esa fetichización en la Argentina.
II
Dos elementos significativos aunque
seguramente existen muchos otros, para intentar dar cuenta de este fenómeno,
son la revolución cubana y en, paralelo, un complejo proceso de modernización
de costumbres del mundo urbano occidental en el marco de transformaciones económicas
y científico-tecnológicas. Por un lado los jóvenes empuñando un arma en el tipo
de experiencia más radical de la contestación a un orden que en este caso
adquiere, bajo la amplia bandera de la lucha por la libertad, una gran
legitimación a nivel internacional. Por otro lado, los jóvenes como actor principal de ese
proceso complejo que incluyen cambios estéticos significativos en las formas de
lo que el sociólogo Goffman llama la presentación de la persona; movimientos
artísticos que emulan en su radicalidad a las vanguardias de los años veintes;
y, en el marco de una extensión
extraordinaria de los medios de comunicación de masas, un movimiento de
mundialización de nuevas formas de la música popular que reafirman y también
son productores de estas transformaciones estéticas,
La
revolución cubana porque supuso la participación de jóvenes audaces en una
acción de cambio que llamaba a tomar el toro por las astas. Esta experiencia
exitosa que implicó el mayor grado de contestación que es el de alzarse en
armas contra el orden establecido, logró una amplísima aceptación de los medios
de comunicación de masas del mundo occidental en tanto se trataba de una lucha
por la libertad. La lucha por la libertad
y la implicación directa de distintos países, con el consenso de los
sectores dinámicos de grandes capitales del mundo occidental que se podría
llamar opinión pública, tenía el antecedente inmediato de la lucha contra el
facismo. Se había justificado la guerra, que se hacía más legítima conocida la
experiencia del holocausto, aunque haya tenido costos extraordinarios, como los
millones de muertos del pueblo soviético, o la adopción de procedimientos
criminales como el uso de armas nucleares contra la población civil. La
experiencia inmediata demostraba que la lucha por la libertad podía incluir la
violencia, y por eso no es extraño que en las revistas prestigiosas de las
grandes capitales pudiesen aparecer los jóvenes barbados de la Sierra Maestra , como en enero
de 1959 ocurre con la revista Life en
cuya tapa aparece la foto de su comandante Fidel Castro en su momento de
triunfo en La habana. Los diarios liberales de América Latina poblaron sus
páginas con imágenes y crónicas de la experiencia de esos jóvenes. Relatos
heroicos que se parecían más a las narraciones románticas que alguna literatura y periodismo aliado
habían construido sobre los maquis franceses, que a los inconmensurables
sufrimientos del pueblo cuyo ejército liberó Berlín.
En este caso se trataba de jóvenes cultos
que podían contar con la destreza de organizar y conducir un ejército rebelde y
que poseían ideas y planes acerca de cómo gobernar un país. Un reportaje
realizado por el New York Times a Castro en 1957, cuando ya había iniciado sus
acciones guerrilleras, creaba condiciones de simpatías por lo jóvenes rebeldes
que habilitaba unos años después, la vuelta al mundo de esa imagen del joven
comandante, con una paloma blanca posada en su hombro durante todo el tiempo
que llevó pronunciar su discurso inmediatamente de haber entrado en La Habana. El éxito
legitimado de esa revolución creaba condiciones para divulgar el sentimiento
humanístico muy cristiano del comandante triunfante en Santa Clara, el joven
médico argentino apodado El Che. También permitía la relectura, como triunfo de las
ideas previo al triunfo militar, del alegato de la autodefensa del joven
licenciado en derecho Fidel Castro, cuando fue juzgado en 1953 por la toma el
cuartel Moncada y pronunció la frase final “la historia me absolverá” confirmadora
de la asociación juventud-ideales superiores.
Jóvenes audaces, informales, con
sensibilidad humanística, cultos, e imaginativos, y, sobre todo, capaces de
gobernar, conmueven y pasan a formar parte del sentido común de época. No solo
no asustan a las jóvenes esposas de clases medias modernas y dinámicas de N
York, Chicago, San Pablo, o Buenos Aires, sino que, por el contrario pueden
convertirlos en sus héroes románticos, cual el de algún folletín oriental, aunque
con un exotismo atenuado por el presente, por alguna vecindad geográfica y
cultural y por la piel blanca. Quizás esta capacidad de seducción sea solo
circunstancial producto del dinamismo de los medios de comunicación y su
inclusión en las luchas políticas. No obstante, en ese momento, estos jóvenes
emprendedores pueden, sin lugar a dudas, ser percibidos como más cercanos al
modelo de aventurero inteligente americano, audaz y propositivo, que el héroe trágico de la película de Elia kazán On the waterfront
, interpretada por Marlon Brando y; por supuesto, es un modelo superador de la decadencia moral del “Rebelde sin causa” , la
pelicula de 1955 que hizo de James Dean
un símbolo de la época. Hollywood se reafirmaba en la posguerra como un poderoso productor de visiones del mundo y
sus ideas de juventud se manifestaban, o bien en los jóvenes integrados exitosos de un mundo que se modernizaba, o bien,
en el caso de los rebeldes, en los
héroes trágicos citados que lograban fuertes empatías con sectores dinámicos
del mundo cultural, quizás porque renegaban de, o simplemente no se plegaban a,
la nueva fiebre del consumo. Los rebeldes en fin, no podían no ser héroes
trágicos. Ellos solos emprenderían una lucha individual, conciente o
inconciente, que culminaría en derrota contra un estilo de vida que los
excluía, o, desesperados, se largarían a
los caminos como Jack Kerouac tratando de encontrar un sentido a la vida que no
era posible de ser hallado en el mundo convencional de una sociedad que se
transformaba arrolladoramente y que colocaba al ciudadano consumidor en el centro
de la escena.
La imagen de los jóvenes rebeldes
cubanos, por el contrario, a la par que podían encontrar alguna empatía en esas
zona de rebeldías nihilistas por su aventurerismo y audacia, seguramente
también la provocaba en mundos más convencionales en los que esa épica, con el
antecedente inmediato de la lucha contra el facismo, posibilitaba sin demasiado
esfuerzo la asociación entre la Sierra
Maestra e Iwo Jima.
Claro que esta situación de afinidades
electivas entre esas zonas convencionales del mundo urbano moderno y los
jóvenes cubanos, llegará a su fin cuando aparezca la alianza con el comunismo
soviético, pero la experiencia de ese ideal de juventud marcará a las
generaciones más jóvenes que habían podido acceder a esa experiencia como se accede
a una película famosa de Hollywood. Y quedará entonces como un potente elemento
de la cultura de época ligado a la noción de juventud rebelde que se incorporará
de distintas maneras a franjas de las generaciones inmediatamente posteriores y
con una fuerza particular en la juventud del campo cultural latinoamericano.
Estados Unidos consolidando su liderazgo
de postguerra, en el marco de la competencia de la guerra fría, se transformará
en una potencia dinamizadora de un
complejo proceso político, socioeconómico y cultural, en el que producirán
cambios arrolladores producto de la implementación de recursos científico
tecnológicos que influenciarán los estilos de vida de modernas franjas de
población urbana del mundo occidental. Con las variantes de cada caso, tanto en
Europa como en América Latina, las universidades duplican o triplican su
población de estudiantes, los niveles secundarios se masifican, la información
llega casi inmediatamente a las salas de los hogares urbanos de las nuevas
clases medias, cuyos miembros acceden a recursos de confort inimaginables para
sus padres.En los EEUU, en los estados sureños se producen los últimos
linchamientos de personas negras y, de a poco y no sin conflictos y bajas de
líderes significativos, se abandona jurídicamente la segregación Una alta tasa de empleo y una
estrategia económica en la que el ciudadano común en tanto consumidor se
convierte en un recurso fundamental para su reproducción y crecimiento, hacen
que una idea de bienestar asociado un par de décadas atrás a sectores medios
altos de la sociedad, pueda realizarse en poblaciones urbanas hijos de
campesinos, de obreros no calificados y también en obreros de las industrias
modernas de la época.
Y es esta misma situación la que despierta
legítimas ambiciones empresariales creando multiplicidad de objetos de consumo
desarrollados en base a nuevas tecnologías que serán masivos y afectarán, por
ejemplo, el modo de vestir, el diseño de los automóviles y de los hogares. La
masividad de este mercado de recién llegados con afán de consumo de elementos a
bajo costo como parte de una épica de la integración, incentivará la
imaginación de ingenieros, publicistas y diseñadores, habilitándolos sin inhibiciones,
y con la aspiración de conquistar otras franjas de ese mercado, a experimentar
tanto con formas y colores como con la misma invención o mejoramiento técnico.
La innovación científica transformada en objeto de consumo de grandes masas de
población moderna producirá la píldora anticonceptiva, que provocará una verdadera
revolución en las costumbres, en principio de sectores dinámicos de las grandes
ciudades, posibilitando hacer explícita y práctica la separación entre el placer
sexual y la reproducción.
La disputa de la guerra fría hará de EE
UU un activo implementador de políticas culturales modernizadoras en su propio
territorio y también en Europa y América Latina. Se incentivará un estilo de
arte que confronte con el llamado realismo socialista, entonces experiencias
como las de Pollock y las de Kaprow en artes visuales, las de John Cage y las
formas experimentales del freejazz, se incorporarán como parte de una nueva
identidad norteamericana ligada al arte experimental. Becas y subsidios de las
grandes fundaciones norteamericanos para distintos agentes culturales del mundo
no soviético, cubrirán distintas zonas del arte y la cultura, y también, muy
particularmente, estas zonas dinámicas valorizadas por la confrontación que
necesita asociar este modelo a libertad artística y científica.
La gran habilitación, que se hace
experiencia en las nuevas generaciones, en relación a la libertad de elección
en un mercado poblado de objetos de consumo, a la mayor libertad sexual que
promueve el uso de la píldora, y a la reivindicación de la experimentación
artística, todo esto asociado a su realización en un sistema democrático
republicano como espacio de concreción del ideal de libertad, encontrará
límites, por supuesto culturales, pero también políticos La habilitación de
este ideal democrático para las nuevas generaciones que apuestan por cumplirlo
y profundizarlo, confrontará con límites que reforzarán la rebeldía: en EEUU
los del racismo y la violencia estatal y paraestatal y la decisión del estado por la implicación en Vietnam; en
Europa, las formas institucionales y culturales arcaicas; y en América Latina,
la imposibilidad de implementar un modelo modernizador desarrollista en el
marco de un sistema democrático.
Si como afirma Pierre Bourdieu, “Muchos
de los conflictos entre generaciones son conflictos entre sistemas de
aspiraciones construidos en edades diferentes”, la disonancia entre sistemas de
aspiraciones que produce un cambio de estas dimensiones es abismal en términos
culturales. Si esta distancia abismal ya permite imaginar situaciones de fuerte
conflictividad, no solo por una necesidad de diferenciación, la necesidad de
ser otro, común en las luchas generacionales, sino porque la reafirmación de la
identidad rebelde supone la realización de ideales de libertad recibidos, a
ella deben agregarsele los límites estructurales de la visiones políticas
predominantes. Estas visiones en tanto formas concretas de realización política
y económica de distintos sectores dominantes con influencia fuerte y a veces directa del estado norteamericano, no permiten procesar los intentos estrictos de
realizar esas aspiraciones, que suponen crecientes grados de participación de
grandes masas de población educada y con expectativas crecientes, paradojicamente
ellas mismas promovidas por ese clima modernizador democrático ligado a las visiones
predominantes. Los jóvenes como sujetos de cambios en las relaciones sexuales,
en el cuestionamiento de las jerarquías de instituciones tradicionales
valiéndose de otros comportamientos, portadores de otras maneras de vestir, de
nombrar, de organizar su propia vida; como agentes de la experimentación
artística, encontrando, no sin conflictos, alguna que otra forma de
reconocimiento. Y también, los jóvenes como sujetos de acción política en América
Latina, como parte de un enfrentamiento más radicalizado que adquirirá, a través de la respuesta de los
terrorismos de estado, formas dramáticas.
La necesidad de confrontación con un
orden anterior, de actualización de la rebeldía, que se armaba desde el alto
piso de radicalización en el que confluían la violencia legitimada como
herramienta de cambio y la modernización cultural desarrollista, al encontrarse
frente a ordenes políticos negadores de libertades mínimas, tomaría la forma
contundente de asociación entre juventud y contestación radical. Ese alto grado
de habilitación previo hacia los cambios, había posibilitado que, en algunos
casos-claramente en América Latina-, franjas dinámicas con potencialidad
dirigencial de las generaciones jóvenes, conformaran verdaderas antielites con
capacidad de organizar fuerzas realmente desestabilizadoras del orden político
predominante
III
Claro, en los momentos de efervescencia
social, como muy pertinentemente llama Durkheim a estas situaciones de
intensidad social y cultural “esa vida más elevada es vivida con tal intensidad y de una manera tan
exclusiva que casi ocupa todo el lugar de las conciencias, que desplaza más o
menos completamente las preocupaciones egoístas y vulgares. Las ideas tienden
entonces a no formar más que una sola cosa con lo real; por eso los hombres
tienen la impresión de que están muy próximos los tiempos en que el ideal
llegará a ser la realidad misma y en que el reino de Dios se realizará en esta
tierra”. Pero el mismo Durkheim atiende en abstracto al fin de esos momentos
afirmando que “la ilusión nunca es durable porque esta misma exaltación no
puede durar: es demasiado agotadora. Una vez pasado el momento crítico, la
trama social se relaja, el intercambio intelectual y sentimental disminuye, los
individuos retornan a su nivel ordinario. Entonces, todo lo que se ha dicho,
hecho, pensado y sentido durante el período de tormenta fecunda no sobrevive ya
sino en forma de recuerdo, de recuerdo prestigioso, sin duda, lo mismo que la
realidad que evoca, pero con la cual ha dejado de confundirse.” Algo así ocurrió
con las rebeldías de los años sesenta en América latina. Claro que sería
pertinente definir cuales fueron las condiciones que dieron como resultado que
se haya extinguido el momento crítico. En toda América Latina, dadas las
características de algunas de las formas políticas que encarnaban ese momento
crítico, la respuesta de los sectores de poder económico y la potencia
predominante en la región, se valieron de los ejércitos nacionales coordinados
para entablar una guerra de exterminio contra las fuerzas llamadas insurgentes.
La manera en que se desató esa guerra comandada por oficiales de los países
periféricos formados en la Escuela de las Américas y en algunos casos con
asesoramientos de expertos franceses en la guerra de Argelia, suponía la
caracterización como combatientes enemigos a los distintos niveles de lo que
consideraban esa fuerza enemiga y que trascendía en mucho a los combatientes
armados. En verdad, como los ejércitos invasores actúan en la actualidad: un
dirigente estudiantil de escuela media, un maestro, un delegado sindical, sus
familiuas, en fin, todas las formas de expresión política y cultural ligados a
la fuerza política considerada insiurgente serían tratados como combatientes
enemigos y los procedimientos de una guerra en la que la inteligencia es
central, se valdría de la tortura a los militantes y eventualmente a miembros
de su familia para la obtención de información.
El resultado de
esto, es que el momento crítico no se extingue naturalmente por la
burocratización de un proceso triunfante, sino que es violentamente reprimido
porque algunas de las fuerzas que lo encarnaban habían logrado una relativa
capacidad política y militar.
La gran paradoja
es que en argentina se produce una condena con gran legitimidad a la represión
estatal de la dictadura que tuvo repercusión internacional. Y esa condena hace
que los movimientos culturales que formaban parte del proceso general derrotado
sean reivindicados con mucha fuerza en la fundación democrática Hay un clima promovido
por el establishment internacional que se transfiere a la llamada opinión pública,
que implícitamente y bajo distintas formas ambiguas, avala la necesdidad de
derrotar a las fuerzasd insurgentes. La revalorización del sistema democrático
republicano liberal se funda, en realidad, sobre esa derrota. Sin embargo, los
procedimientos utilizados en esa lucha por las fuerzas estatales serán
condenados por distintos sectores culturales relavantes y quizás eso no influya
en políticas concretas, salvo en el caso de Argentina. Este país con un amplísima
franja de sectores medios educados por un sistema educativo público que en los
setenta ya llevaba casi ochenta años de extensión por todo el territorio
nacional y con una economía inestable, pero que había posibilitado con vaivenes,
transformar a esa sociedad en una sociedad integrada de movilidad social
ascendente, con bajas tasas de desempleo y consumos modernos, necesitaba para
fundar la democracia liberal un resarcimiento, luego de que los organismos de
DDHH habían logrado imponer en el mundo que las acciones del estado contra los
revolucionarios civiles merecía la caracterización de Terrorismo de Estado.
La lucha de las
madres de Plaza de Mayo, de las Abuelas de Plaza de Mayo y el premio Nobel al
luchador cristiano Adolfo Pérez Esquivel, fueron fundamentales en imponer esa
carcaterización en el mundo europeo y a partir de eso en la propia sociedad
nacional. Las madres, las abuelas, Pérez Esquivel, eran en su gran mayoría
personas de clase media educadas por ese sistema educativo extendido y además
etnicamente europeos blancos. Las distintas tribunas de europeos cultos
contemplaban conmovidos los relatos de esas personas demasiado iguales que les
contaban el sufrimiento de sus jóvenes y que además les recordaban que entre
esas víctimas de sufrimiento había, aunque mínimamente- pero relevantes en términos
simbólido políticos- ciudadanos europeos. La legitimidad obtenida por estos
luchadores argentinos de DDHH fue extraordinaria. Y es probable que exista una
relación entre esa extraordinaria legitimidad y el acto jurídico excepcional de
la naciente democracia argentina que fue el Juicio a las juntas militares. Que
los líderes de la victoria contra las fuerzas revolucionarias civiles derrotadas
sean llevados al banquillo de los acusados y condenados es sin lugar a dudas
una excepcionalidad. Cómo dijo, con voz de discurso a la tropa, uno de los jefes
militares condenados en ocasión del juicio: “Hemos obtenido la victoria militar
y fuimos derrotado en la guerra psicológica”.
Las rebeldías
juveniles de los años sesenta y setenta en América Latina tuvieron una
extreordinaria productividad en el campo cultural en distintas zonas del arte,
en el pensamiento social, en formas experimentales de pensar la salud, la
educación, etc. Y esa productividad estaba estrechamente relacionada a la
habilitación fuerte a desafiar todos los ordenes que se amparaba a su vez en
que distintas antielites surgidas de ese clima de época estaban dispuestas a
desafiar el orden político de la manera más radical que es con las armas en la
mano.
Debido a la
manera en que se produce el “apaciguamiento” del momento crítico, hay un desligamiento
de las experiencias rebeldes del campo cultural, de las experiencias más
radicalizadas de la política que de modo más o menos indirecto las alentaron,
no porque hiubiera alientos concretos de parte de un grupo, sino porque las
acciones de los revolucionarios civiles contra el orden, habilitaban a pensar y
actuar más radicalmente contra ese orden en sus distintas dimensiones. La
democracia no puede fundarse si no es sobre una doble demonización, de las
juntas militares y las cúpulas guerrilleras. Por esto es que se produce la
separación de los objetos producidos en ese proceso de radicalización, del
proceso de radicalización que los produjo.
Y es así entonces,
que el mundo cultural en general y la indusria cultural en particular, pueden incorporar
diversos elementos de esos procesos de rebeldía derrotados, y rerivindicarlos
como experiencias culturales dignas de ser prestigiadas construyendo la idea
que esa derrota es solo de unas cúpulas guerrilleras y que los objetos culturales
producidos en ese momento son parte de una rebeldía juvenil víctima de la
situación. Así hay una manera de reinventar los aspectos visibles, si se quiere
más superficiales de ese momento. Para revivificar aspectos de ese momento crítico,
están, como sostiene Durkheim,(imaginando un proceso que no supone la derrota
del momento crítico), “las fiestas, las ceremonias públicas, religiosas y
laicas, las predicaciones de toda clase, las de la Iglesia o las de las
escuelas, las representaciones dramáticas, las manifestaciones artísticas, en
una palabra, todo lo que puede aproximar a los hombres y hacerlos comulgar en
una misma vida intelectual y moral. Son
como renacimientos parciales y debilitados de la efervescencia de las épocas
creadoras. Pero todos estos medios no tienen más que una acción fugaz o limitada. Durante un
tiempo, el ideal recobra la frescura y la vida de la actualidad se acerca de
nuevo a lo real, pero no tarda en diferenciarse de él nuevamente”
Los renacimientos parciales ocurrida esa
derrota se distancian de lo real con mayor contundencia. Hoy, como se ha dicho, no se puede mirar a estas formas culturales,
desprendidas de los movimientos sociales y culturales de los que formaron
parte, sino como fetiches nostálgicos, como discursos residuales sin carnadura social,
como retórica superficial que acompañan prácticas disonantes con el espíritu
que las construyó. Porque es así: solos, desprendidos del proceso social que
los produjo son apenas fetiches. Pero es verdad también que hay algunas prácticas
sociales, algunas maneras de relacionarse, si se quiere también, algunas maneras
de combinar palabras, formas y colores que formaban parte de las banderas
rebeldes y eran estigmatizadas por el estatus quo, que pasaron a formar parte
del piso naturalizado de sociedades contemporáneas. Los gestos que fueron más
contestatarios y hoy son meros íconos como ocurre en las sociedades, acaso
sigan siendo eso hasta desaparecer del horizonte cultural y convertirse en una
mera página en la historia de tal o cual zona de la cultura, o quizás, otros
procesos de rebeldía puedan, en algún momento incierto, reinventarlos
vitalmente
[1] Una versión más corta
de este artículo se publicó en Informe Escaleno N 4 Buenos Aires diciembre de
2012
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