sábado, 30 de septiembre de 2017

DE COMO CIERTO FEMINISMO SE CONVIRTIÓ EN CRIADA DEL CAPITALISMO – NANCY FRASER


La lucha feminista se puede articular en una cadena con la lucha progresista por la emancipación, o puede (y de hecho funciona) como una herramienta ideológica de las clases medias alta para reafirmar su superioridad sobre las clases bajas
Slavoj Žižek

Como feminista, siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de desigualdad y explotación.
En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una “amistad peligrosa” con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría explicar porqué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los “cuidados” y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde detrás de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial, ha dado paso a una nueva forma de capitalismo “desorganizado”, globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una critica del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo veo, la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas contribuciones fue nuestra critica del “salario familiar”: del ideal de familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central en el capitalismo con un estado regulador. La critica feminista de ese ideal sirve ahora para legitimar el “capitalismo flexible”. Después de todo, esta forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios mas bajos de los servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras, sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia formada por dos asalariados.
No parece importar que la realidad subyacente, en el nuevo ideal,  sea la rebaja de los niveles salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de vida, el fuerte aumento del numero de horas de trabajo asalariado por familia, la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.
El feminismo, además, ha hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que, intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz de fijarse en otro tipo de injusticias “no económicas”, como la violencia domestica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva. Rechazando el “economicismo” y politizando lo “personal”, las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de genero. El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un enfoque sesgado hacia la “identidad de género”, a costa de marginar los problemas del “pan y la mantequilla”. Peor aun, el giro del feminismo hacia las política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la critica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la critica de la economía política.
Finalmente, el feminismo contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la critica al paternalismo del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra neoliberal contra el “estado-niñera” y su más reciente y cínico apoyo a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los “micro-créditos”, el programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global. Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba, alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales, los micro-créditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una coincidencia inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los Estados han abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la pobreza, esfuerzos que no se pueden sustituir con prestamos a pequeña escala. También en este caso una idea feminista ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el poder del Estado para empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la mercantilización y los recortes de la estructura estatal.
En todos estos casos la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo (neo)liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa “amistad peligrosa” con el neoliberalismo y reclamar nuestras tres “contribuciones” para nuestros propios fines.
En primer termino, debemos romper el vinculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas, incluyendo, pero no solo, los “cuidados”. En segundo lugar, debemos bloquear la conexión entre nuestra critica al economicismo y las políticas de la identidad, integrando la lucha por transformar el status quo dominante que prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.

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Nancy Fraser es una académica feminista estadounidense, profesora de ciencia política en el New School University de Nueva York.
Traducción de www.sinpermiso.info: Lola Rivera

viernes, 8 de septiembre de 2017

Un cross a la mandíbula de la ilusión republicana






Un cross a la mandíbula de la ilusión republicana
Lucas Rubinich

I.
Dentro del fragmentado mundo político argentino, la asociación política hoy en el gobierno es la que en la competencia electoral nacional que le dio el triunfo, levantó, quizás sin mucha solidez de principios, pero con alguna fuerza discursiva, la bandera de la república. En verdad más que como una fuerte referencia constitucionalista implicada con el destino de la nación al estilo Alfonsín, como vaga idea de una forma que pondría fin a lo que  se definía- acompañado de situaciones que le otorgaban fuerte credibilidad-, como desmanejo de la cosa pública, irresponsabilidad de los dirigentes, y corrupción. L a idea de la reconstitución  de un orden que seguramente era leído de muy distintas maneras por diferentes sectores tuvo algún éxito, quizás sin que esto haya habilitado grandes esperanzas, pero  si expectativas, probablemente de baja intensidad. Entonces, más allá de límites intrínsecos, como que el presidente haya sido educado por, y trabajado para un espacio empresarial familiar que hizo su fortuna en una buena porción actuando como  patria contratista y que eso mismo resultaría en un oxímoron al juntarlo con cultura republicana, la posibilidad de actuar republicanamente  estaba a mano, y quizás hubiera posibilitado construir la derecha democrática que imaginaba y deseaba el sociólogo Torcuato Di Tella.

 Pero desde el inicio de este período de gobierno se llevaron adelante distintas acciones políticas, como designación de jueces de la corte por decreto y una  publicitada detención arbitraria de una ciudadana motivadora de fuertes intervenciones mediáticas principalmente sosteniendo el deseo de que fuera condenada, que no  contribuían a desarrollar el republicanismo que quizás en términos integrales, en épocas de la sociedad líquida, no estuvo en los sueños de nadie. Esas medidas que corrían tranquilas sin encontrar fuertes barreras en la cultura política de ese mundo fragmentado, parecían satisfacer a un sector cualitativamente importante de los votantes del gobierno, y lograban murmullos de respeto más evidentes en sus partidarios, pero también en diversos agentes de la clase política que veían en ellas capacidad decisión.

La apuesta por aplicar reducción de penas (el llamado 2x1) a los acusados de crímenes de lesa humanidad no obtuvo el mismo clima favorable y por el contrario activó una especie de sensibilidad colectiva de  compleja conformación. Un entramado que incluye experiencias de distinto tipo: relatos, sensaciones del mundo familiar o comunitario, lecturas, un conglomerado desordenado de imágenes fugaces activadoras de alguna emoción, sentimientos que pueden asociarse a algunos hechos y convertirse en hilos que desprolijamente tejen algo así como zonas de una memoria colectiva. En suma, mil y una  sensaciones mezcladas organizándose, a veces bajo la forma de temor que puede llamar a alguna indiferencia,  pero también de la misma manera que en los comienzos de la democracia, como voluntad de rechazo a la arbitrariedad estatal, ante acciones que puedan actualizar aunque mínimamente formas que se presentaron de manera brutal durante el terrorismo de estado. Y es quizás esta sensibilidad el elemento cultural más fuerte sobre el que se asienta este pacto implícito que sostiene este agujereado modelo democrático

Es probable que los elementos más fuertes de esa sensibilidad, que  quizás sea pertinente imaginar en estado de latencia, atenuándose y encendiéndose  en relación con disputas y situaciones que la actualizan bajo distintas formas, estén hilvanados con la conmoción que produjo la visibilización pública de uso cruel y perverso de la fuerza del estado durante la dictadura argentina que se inicia con el golpe de estado de 1976. Los secuestros y cambios de identidad de niños de los revolucionarios civiles cautivos y asesinados en los campos de concentración,  las  acciones mediante las cuales muchos de esos ciudadanos en cautiverio eran  arrojados al mar desde aviones de las fuerzas armadas,  la tortura- que incluye entre otras prácticas el abuso sexual-, como procedimiento normal practicado por funcionarios del estado, se presentaron a los ojos de grandes y heterogéneas franjas de población  como algo inaceptable. Y aunque, como siempre, las luchas culturales puedan correr el límite de lo moralmente válido, pareciera que todavía hay algo así como una línea, flexible, pero que sigue apareciendo en ocasiones especiales para amplios sectores de la sociedad, y que supone  la no aceptación  de olvidos, ni de reivindicaciones de esas acciones llevadas adelante por el estado que la justicia calificó como crímenes de lesa humanidad y, por supuesto, ni de formas contemporáneas que parezcan remedarlos o que se perciban como tales. Allí el gobierno debió retroceder.

II

 No obstante, poco tiempo después de ese retroceso, se produjo una directa confrontación contra esa sensibilidad. Y esa confrontación se escenificó peligrosamente en la manera en que distintos  y relevantes funcionarios del gobierno actuaron frente a la sospecha de desaparición forzada de un ciudadano en un contexto de represión  efectuada por una fuerza de seguridad federal contra un pequeño grupo de ciudadanos en una zona rural de la provincia de Chubut. Es verdad que las fuerzas de seguridad actúan y actuaron en muchos casos en estos años de democracia  produciendo hechos que potencialmente podían conmover a esas sensibilidades y no lo hicieron,  o por lo menos no de esta manera. Pero lo que interesa remarcar es que por algunas circunstancias, entre ellas las relativas a las características de la situación (jóvenes que levantan banderas a favor de la libertad de un compañero considerado por ellos preso político, grupos que reclaman tierras en poder del grupo Benetton y la represión a un corte de ruta y persecución  a campo traviesa de ocho o diez ciudadanos por más de cien efectivos de la fuerzas) se produjo una repercusión  que efectivamente  posibilitó una alta  visibilidad pública. Y en este caso, sí, los hechos actuaron reviviendo esa sensibilidad.

No obstante, en esta oportunidad, el gobierno decide, quizás confiado en su relativo buen desempeño electoral,  confrontar con esa sensibilidad a la que probablemente imagina no suficientemente fuerte. Y ya en la abierta disputa,  como no es posible erradicarla por obra de la mera voluntad política, lo que se hace es intentar acotarla, reducirla a un nicho político cultural       

En una sociedad de instituciones débiles y una clase dirigente descreída de ellas,  el intento de acotar ese sentimiento, restandole universalidad y asociándolo a la oposición ligada al gobierno anterior como parte de la lucha política coyuntural, es, si se intenta una evaluación a mediano plazo que piense en consolidar una democracia en la que el recurso al uso de la fuerza pública no se convierta en un factor central de estabilidad, una verdadera catástrofe.

Pero claro, si hay algo que ocurre en una época de trascendencias agujereadas es que la política se convierte en pura táctica, es hecho contra hecho y se despliegan  todos los recursos para ganar la disputa. Los viejos partidos que podían otorgar una flexible  trascendencia, han visto el deshilachamiento de sus banderas y el clima predominante deudor de la cultura del capital financiero internacional es una cultura de winners and losers. El largo plazo para la cultura de los CEOs que ha inficionado la política no es demasiado relevante. Entonces no hay inhibiciones para usar un recurso que sirva para ganar una batalla coyuntural. Y en esa urgencia no importa o no se considera relevante si el accionar transgrediendo formas significa el desapego a una regla constitucional, y tampoco si se considera que en la particular situación de argentina desde una situación republicana clásica, la violación de esos procedimientos puede despertar  oscuras fuerzas estatales  derrotadas en el momento fundacionales de la legitimidad democrática. Quizás esa idea ni siquiera está en el horizonte de posibilidades. Pero así y todo, como parte de la alianza de gobierno están entre otros restos, los restos del partido radical que, como se dijo, tuvo un papel central en la fundación democrática de 1983 y entonces probablemente allí resuenen las nociones de ciudadano y república. Por ello, por lo menos en algunos sectores, hay alguna idea de cómo se debería accionar, sobre todo si además, como efectivamente ocurrió, aun en la identidad ambigua de la asociación política en el gobierno, se pronunció la palabra república otorgándole un valor positivo.

En verdad, no hay que dar muchas vueltas. Una manera clara y contundente para la construcción de legitimidad de las instituciones republicanas, para fortalecer la ilusión del bien común, es responder con gestos claros e inmediatos cuando se producen hechos significativos y de trascendencia pública en el que instituciones del estado están sospechados de cometer delitos que tienen fuerte rechazo cultural y trascendencia internacional, y que además, están dramáticamente inscriptos en la reciente historia de la nación argentina, como lo es la desaparición forzada de personas.

Preguntarse cómo se han  desempeñado los organismos específicos del gobierno  nacional frente a un hecho en el que un ciudadano desparece en un contexto de represión llevado adelante por una  fuerza de seguridad federal y encontrarse con respuestas no adecuadas a una tradición republicana puede ser problemático para una fuerza política inscripta en esa tradición. Más problemático es si esa fuerza política actúa en Argentina, país que tuvo el trágico mérito de diseminar por el mundo la palabra desparecido en idioma castellano durante el accionar de una dictadura que cometió crímenes de lesa humanidad, y la extraordinaria virtud de conseguir condenas ejemplares a los criminales miembros jerárquicos de las fuerzas militares del estado en la naciente democracia. Pero, claro, para que esa situación problemática fuese evidente se necesita que la adscripción sea algo más que un recurso retórico. Si la cultura republicana  es fuerte en la asociación política en el gobierno, sin lugar a dudas hay en este accionar un problema. Lo contrario demostraría que esa cultura no es productiva, que no tiene consecuencias en el accionar de sus miembros, porque como dice Max Weber "Los agentes sociales obedecen a la regla cuando el interés en obedecerla la coloca por encima del interés en desobedecerla."


III

Durante los 30 días posteriores a esa desaparición funcionarios relevantes y otros miembros del gobierno,  amplificados  y reforzados creativamente por los grupos mediáticos más importantes del país elaboraron tres tipos de respuestas al problema: La primera respuesta es la negación de que exista esa desaparición en ese contexto, y,  consecuentemente, la explícita desresponsabilización de la fuerza federal que participó  de esa represión; la segunda, es la invención de imaginativas hipótesis sobre el paradero supuesto del ciudadano desaparecido y por lo tanto la trivialización de la sospecha principal; y la tercera, es la demonización de la comunidad reprimida y del desaparecido, identificado como  colaborador y simpatizante de esa comunidad.

Sin lugar a dudas cada una de estos tres tipos de respuestas con las variaciones en cada caso resultan indudablemente contradictorias, e inclusive, confrontativas con  las distintas formas de la cultura republicana. ¿ Porqué?.  En principio,  porque, ante la sospecha fundada de que exista esa desaparición, si hay algo que no deben hacer los funcionarios de un gobierno  es simplemente negar la situación, sino atender a la sospecha aunque luego se demuestre que no poseía fundamento. En lo que refiere a la invención de versiones que separan del lugar de los hechos al ciudadano desparecido, se trata  de vulgares formas de distracción que refuerzan la postura de negación trivializando la sospecha de una manera  que, en el marco de la historia argentina donde esas operaciones se hicieron desde funcionarios y desde medios de comunicación en momentos de la peor dictadura que soportó el país para ocultar el horror, se torna, por lo menos, obscena. Por último, y en el mismo sentido,  la demonización del grupo de ciudadanos reprimidos y del desaparecido por sus acciones e identidades culturales, ignora flagrantemente que el estado debe ser responsable por las acciones que efectúan sus organismos de represión, sea lo que fuere lo ocurrido, sea cual fuere la identidad política étnica del ciudadano y del grupo con el que se encontraba en el momento del hecho. Lo obvio es que debe justificarse  el accionar de la fuerza y explicar si hubieron detenciones, porqué motivos, y, obviamente, cumplir con la obligación de poner esos detenidos a disposición de la justicia. Lo que no puede ocurrir es que simplemente desaparezca un ciudadano durante el accionar de esa fuerza. Que  los que produjeron el hecho que motivó la represión sean simpatizantes de los mapuches, kurdos, afganos o maoríes es irrelevante en esta instancia.

Entonces se puede sostener que un accionar gubernamental de estas características y sobre todo de la asociación política que, aunque sin una gran fuerza simbólica, prometía algo así como la restitución del orden republicano  en momentos de la campaña en la que obtuvo la presidencia, agujerea gravemente la legitimidad del sistema democrático de la república argentina. Claro, esto es así, si de lo que se trata es de construir legitimidad institucional y  no de una apuesta inmediatista por ganar una partida. Como resulta obvio, durante el primer mes, la opción gubernamental fue ganar una partida sosteniendo lo actuado con el apoyo de, por lo menos los dos grupos comunicacionales más importantes del país, en la confianza de que a una porción  de la sociedad que quizás supera a sus votantes, evaluaría positivamente estos gestos.

En verdad no sería extraño que algo de eso ocurriera, es posible imaginar  que, por lo menos, en los primeros momentos, los votantes del gobierno, y quizás muchos más, no promoverían ni sostendrían  opciones que implicasen un freno sancionatorio. También puede suceder que los funcionarios con ojos de buen cubero inmediatista  perciban o crean percibir que no existen obstáculos tales como un clima republicano inhibidor en gran parte del sistema político, y desde ya mucho menos en los núcleos dinámicos de la asociación política que gobierna. Al contrario, si hay algo que pueda ser identificado  como más fuerte que la noción de república en la asociación política en el gobierno, pero también en elementos culturales visibles en distintos sectores de la sociedad, es la cultura de ganadores y perdedores. Y habría que agregar  que también es fuerte en la cultura práctica del gobierno  una manera de relacionarse con los ciudadanos que contiene claros elementos de lo  que confusamente suele denominarse populismo. Para decirlo en términos concretos: el winner en el gobierno puede transgredir para lograr su objetivo, y sobre todo si se trata de reglas que pueden ser transgredidas por arcaicas. Pero además, como vox populi vox dei,  debido a la empatía con una cultura de época, la evaluación de encuestas y los resultados de los focus, puede sugerir que no solo no hay sanción por ello, sino que para  un electorado propio y quizás a otras franjas que le permitirían algún crecimiento, esta transgresión puede  ser vista como sinónimo de fortaleza.

IV

De todos modos, en las sociedades complejas hay luchas por la imposición de visiones del mundo, aunque es verdad que  estas se  presentan  quizás en la mayoría de las veces y más en los fines de época, de manera desordenada y confusa. No obstante, es cierto que no es posible ignorar  en estas luchas  la existencia de una fuerza político cultural internacional que como un arrollador fantasma recorre distintas zonas de la sociedad erosionando instituciones diversas, y también las del orden republicano que incomodan a un nuevo orden. Está situación ha sido observada con agudeza y algún pesimismo por sociólogos y economistas de las generaciones mayores  que vieron y siguen viendo, por un lado, la decadencia  de las viejas formas políticas e institucionales que permitían contener y organizar colectivos sociales, y por lo tanto hacer escuchar la voz de aquellos más alejados de los espacios de decisión, y por el otro, el surgimiento de actores que en el marco de la extensión de la cultura del capital financiero globalizado, pasan a tener una capacidad de decisión significativa acerca de lo que ocurre en distintas sociedades nacionales, que  se encuentra claramente por encima de la de  los ciudadanos electores.

Centralmente se atiende a como las tomas de decisión sobre cuestiones relativas al ámbito de la redistribución de recursos se desfasa de la acción colectiva, y como el mundo financiero, directamente escapa al control democrático. Wolfgang Streeck llamará post democracia a la escenografía  de las viejas democracias republicanas funcionando en un mundo en el que “los Estados están situados dentro de los mercados, en vez de los mercados dentro de los Estados” ( Streeck, 2016). Zygmunt Bauman dirá que en la sociedad solida existía un compromiso mutuo entre el capital y el trabajo y que  “en la modernidad líquida dominan los más elusivos, los que tienen libertad para moverse a su antojo”, y es así entonces, que el capital globalizado con posibilidades de desplazamiento internacional se desinteresa de las reglamentaciones legales del trabajo que aseguran una mayor integración y cohesión social. Jorge Beinstein se refiere a las nuevas clases altas que, en el marco de los deterioros institucionales, se convierten en agentes tomadores de decisiones que afectan al conjunto de la sociedad  eludiendo los controles democráticos. Las caracteriza como lumpenburguesía. Dice :“Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas.” Y  concluye  “Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas internacionales” ( Beinstein, 2016) Por su parte ,Ricardo Sidicaro, afirmará refiriéndose  la política en Argentina que .” La desarticulación del campo político nacional, puede considerarse como una expresión y continuación de la anomia institucional cuyos más claros observables empíricos son, en las cúspides: el incremento de los personalismos, los nepotismos, las opacidades del micro-ámbito de deliberación de los “jefes”, los transfuguismos, las faltas de agendas programáticas; y, en la sociedad, en general, la ausencia de confianza en las entidades electorales combinada con ocasionales momentos de efervescencia o entusiasmo confundidos como modos de participación política”. (Sidicaro, 2015).

En este contexto de debilitamiento de la capacidad de control de las instituciones democráticas frente a los actores poderosos, de sus deterioros y la pérdida de credibilidad, sumado a las características de esos nuevos actores con cultura del capital financiero, la transgresión de principios republicanos que, al fin y al cabo responden a instituciones del viejo orden con débil productividad cultural, no parecerían preanunciar grandes consecuencias para quien las realiza si puede mostrarse como un jugador poderoso que sabe jugar en el nuevo orden. Claro que en este caso se transgrede una regla  asentada en una experiencia que por lo menos tuvo, en un momento no tan lejano, un extraordinario peso simbólico.

V.

Pero sea cual fuere el resultado del proceso acontecido en el largo mes de agosto de 2017, aunque  los funcionarios pertinentes asuman su responsabilidad y la justicia actúe en consecuencia, o que por el contrario se continúe tratando de disimular esperando que la cuestión se diluya en el tiempo, y por más que este destrato a las instituciones republicanas sea parte, como se ha visto, de una fuerza político cultural que trasciende a una nación, hay algo que tiene que ver con las creencias ya debilitadas de la ciudadanía en las instituciones que se encargan de implementar decisiones de gobierno,  que se ha alterado dramáticamente. 

Las experiencias construidas  a partir de 1983 en  donde  por la existencia de la democracia se pudo realizar un juicio a las juntas militares generó- adquiriese la forma práctica o discursiva que fuere-, algo así como una ilusión republicana, y si se quiere tuvo un carácter fundante y trascendente por su singularidad. El reordenamiento surgido luego de que una población se rebelase ante la quiebra flagrante de las reglas del juego en el 2001, supuso, ante la inexistencia  de un horizonte con otras formas, al menos  la sobrevivencia, aunque herida, de esa ilusión. Ilusión que no es ni más ni menos que algún grado de confianza sobre el orden institucional que organiza zonas significativas del mundo en que se vive.

Es posible imaginar con algún pesimismo fundado que en el mundo que se avecina, estas formas de gobierno, en un contexto como el descrito por los analistas, puedan mantenerse, con idas y vueltas, más sujetas a los golpes de mano de los poderosos, que  a la voluntad autónoma de los ciudadanos y sus representantes. Es desde ya un supuesto, amparado en producción académica y que, en tanto tal, puede ser sostenido. No obstante, es cierto que la negación colectiva de estas  predicciones autorizadas culturalmente, alentadas por otros deseos colectivos pueden alterar los destinos que se presentan como prefijados. Dios acecha en los intervalos, dijo un argentino famoso.  Pero lo que sí es más seguro  que ocurra, es que cuando se analice la decadencia del sistema republicano argentino que se refundó en 1983, se le otorgue un papel explicativo central a este momento en que  las acciones de funcionarios de gobierno e instituciones del estado  agrietaron de manera brutal y grotesca creencias básicas sobre el papel universalista de las instituciones. Creencias, por otro lado, que en algún momento se imaginaron fundamentales para el mantenimiento de un sistema de dominación y que el cambio de época  pareciera ir transformando en obsoletas para ese fin.

La contundencia de esta situación, acaso su trascendencia, puede ser descrita de maneras diversas, pero quizás sea difícil encontrar otra forma tan certera como aquella vieja metáfora del habla coloquial que también refiere a la literatura argentina, y decir que lo ocurrido, en empatía con un clima de época, fue ni más ni menos que un  cross a la mandíbula de la ilusión republicana.


Buenos Aires, setiembre 2017


Bibliografía citada

Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, Buenos Aires, FCE, 2003,
Beinstein, Jorge, 2016: Lumpenburguesías latinoamericanas, revista Maíz No 6, F.de P y C de la C, Universidad Nacional de La Plata,  La Plata.
Sidicaro, Ricardo, 2015: Las anomias argentinas, Apuntes de investigación del CECYP N 26, Buenos Aires
Streeck, Wolfgang, 2014  ¿Cómo terminará el capitalismo?, NewLeft review  Nº 87 julio - agosto 2014 segunda época, Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador–IAEN