Publicado en Revista
Ciencias Sociales, facultad de Ciencias Sociales UBA Buenos Aires N 85 Marzo
2014
Imagen: Mujer embarazada cayendo dentro de un tacho de basura, Pomarola Talk, 2010
Los sentidos comunes ante la
metamorfosis de los políticos y la política
Lucas Rubinich*
I
Quizás la desestructuración de los
partidos políticos y el debilitamiento de las tradiciones hace que las miradas
comunes sobre los cambios de lo que queda de los partidos en relación a su
tradición y de los agentes políticos en relación a sus partidos, sea de alguna
indiferencia mezclada con cierta percepción de un nuevo estado de cosas. No
obstante, se podría aventurar que los sentidos comunes circulantes en el
presente miran con tranquila desconfianza, aunque también descalifican, por lo menos en el murmullo retórico, a
aquellos agentes políticos que dan un salto de una a otra institución
partidaria, de uno a otro agrupamiento político. También existe el mismo gesto
de desconfianza hacia aquellos que dentro de un mismo espacio son los
encargados de producir maniobras que llevan a lugares que parecen diferentes a
los que marcaba una tradición proporcionadora de identidad. Sin embargo, el que
se esos cambios se hayan vuelto más corrientes con la crisis del sistema de
partidos, no inhibe las evaluaciones críticas, pero quizás las hace menos
dramáticas y casi ausente de consecuencias prácticas.
II
¿Cuales son los elementos que conforman
los sentidos comunes frente a estos cambios y cómo se estructuran? ¿Hay alguna
regularidad en cuanto a las maneras de pararse frente a estas situaciones
influenciados por creencias, sector social, genero, nivel educativo, etc? Claro
que seguramente hay diferencias si se contemplan esas distintas variables. No
obstante, lo que se quiere plantear aquí, es que la crisis de las identidades
políticas probablemente habiliten formas de pararse frente a esas situaciones
que coinciden, aún en las diferencias, en no asombrase frente a los cambios. Y también
que es posible pensar estas transformaciones de una manera conceptual apelando a dos tipos ideales
antagónicos en las maneras de explicar la salida del individuo de un grupo. A
partir de allí se podrían considerar las situaciones que harían más o menos intensas
cada una de las posibilidades.
Simplemente porque son parte del capital
moderno para explicar la acción humana, es posible imaginar, que en los
elementos desplegados por esos sentidos comunes para dar cuenta de estos
recorridos dinámicos, de estos cambios, pueden encontrarse dos formas que
flexiblemente y en un ejercicio de condensación pueden describirse de la
siguiente manera: las que se detienen en la singularidad del agente concreto
que los ha llevado adelante, y las que le otorgan un valor determinante en
relación a esa conducta individual a alguna característica de identidad del
agrupamiento.
De alguna manera pueden pensarse como
los tipos ideales opuestos, como las concepciones puras ubicadas en cada punto
extremo en relación a la indeterminación-determinación social de la acción humana que han construido tradiciones diferentes en
la teoría social. En un caso la acción social fuertemente influenciada por el
individuo y en el otro la cultura marcando casi a fuego a ese individuo. Y es
verdad que estas miradas opuestas en la teoría social pueden convivir en un
mismo grupo cultural e inclusive en un mismo individuo en las evaluaciones
cotidianas, porque forman parte de ese capital explicativo moderno de la acción
humana, porque las miradas cotidianas sobre el mundo no se organizan
necesariamente de manera orgánica en función de una ideología y menos de una
teoría y, sobre todo, porque en momentos deshilachamiento de instituciones y tradiciones que fueron
productivas en un momento anterior y de ausencia o falta de legitimidad de las
nuevas, las acciones y las miradas tienen menos contención y se entremezclan
con retazos de distintas morales fragmentadas. De todos modos, elementos de
estas dos formas de explicar acciones de
cambio presentadas como un tipo ideal, pueden encontrarse en la cultura de
nuestras sociedades.
III
Por supuesto que hubieron sentidos
comunes fuertemente legitimados en la modernidad occidental que pensaron al
individuo como una determinación social. Sobre todo cuando algunas miradas
modernas se preocupaban por consecuencias alienantes de los cambios que se
producían. Ellos, los cambios, y entonces la entera sociedad, caían con un peso
abrumador sobre ese sujeto de la época que era el individuo
Hay imágenes contundentes que refieren
al individuo alienado que ha ingresado
en la soledad de la sociedad de masas y pierde su humanidad. Una pérdida
que está en la soledad de la sociedad de masas que preanuncia una literatura de
segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Los hombres solos en la
multitud de las nuevas grandes ciudades, en los sistemas que son vistos con
nostalgia de comunidad como “individualistas”, y que deterioran su humanidad
hasta transformarlo en un mero insecto. La metamorfosis que la sociedad produce
en los individuos, no el individuo que cambia, que se metamorfosea a sí mismo.
Es, si se quiere una mirada con sensibilidad sociológica, la idea de la
metamorfosis afectando al individuo, si se quiere a la humanidad del individuo
como el resultado quizás irremediable de los cambios de época cuando se caen
viejas instituciones y con ellas modelos de autoridad que no son reemplazados inmediatamente. Desacomodamientos
productores de seres desmembrados que potencialmente pueden conformar la tasa
de suicidio anómico
Esta miradas junto a las grandes
tradiciones de la teoría social contemporánea podrían acercarse sin esfuerzo a
aquella máxima platónica que dice “nadie es malvado voluntariamente” .
Efectivamente Marx puede sostener que “los hombres hacen su propia historia,
pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos
mismos, sino bajo aquellas circunstancias con las que se encuentran
directamente, que existen y les han sido
legadas por el pasado” . Y una cita libre de Durkheim podría construirse de la
siguiente manera: cuando se quiebran las instituciones los seres humanos que a
ellas pertenecían, son más individuos
Pero es cierto que si se atiende a la
variedad, seguramente no infinita, de sentidos comunes que evalúan a los
individuos en relación a sus cambios de identidad grupal o institucional en la
mayoría de los casos prima el sesgo que fuertemente atribuye poder explicativo a la voluntad
individual. Ya sea para saludar ese cambio, ya para condenarlo. La
glorificación de la voluntad individual es un gesto de las miradas herederas de
la tradición moderna, cuando el individuo abandona instituciones tradicionales:
iglesias, estructuras familiares, identidades de género. Son menos
complacientes y aun condenatorios, los sentidos comunes, también los
provenientes de esa misma tradición, que se actualizan para juzgar a aquellos
que abandonan una identidad política. El sentido común que refiere a los
cambios de los políticos se asocia, fundadamente, a una voluntad individual
violadora de un pacto de delegación de autoridad colectiva, y en tanto ese
cambio es evaluado como respondiendo al interés personal hay una
descalificación. Y son distintas las intensidades de la evaluación generalmente
descalificadora, de acuerdo sea la fortaleza de la tradición y el espacio
institucional abandonado. Entre los tipos ideales extremos de alta y baja productividad cultural de un espacio portador
de una tradición, los gradientes de la
actitud descalificadora van desde el uso pasional del calificativo traición,
hasta la mirada tranquilamente crítica de los que miran algo sobre lo que
todavía puede pesar el calificativo de incorrecto, pero de algún modo perciben
como irremediable.
IV
Los sentidos comunes se construyen de
manera compleja siempre, y más todavía en épocas de cambio donde hay deterioro
de viejas miradas. Lo viejo no termina de morir y simbólicamente persiste,
porque dicho quizás de manera un tanto exagerada, en este mundo contemporáneo,
lo nuevo ya llegó, pero sin ninguna bandera trascendente. Es el predominio del
individuo, pero no del individuo trascendente equilibrado por las consignas de
la revolución francesa, es el individuo crudo, pragmático, moviéndose sobre la
escenografía de un republicanismo liberal sin fuerza. Entonces hay que recurrir
a las hilachas de alguna tradición para darle por lo menos la ilusión retórica
de algo parecido a la trascendencia hasta que quizás se apague esa necesidad
construida socialmente o probablemente resurja resignificada alguna tradición
castigada por los nuevos aires de época.
En la política argentina elementos de
estas dos formas mencionadas de explicar los cambios parecen actualizarse
simultáneamente. En la que recurre a variables culturales atribuibles al
colectivo (actuó así, porque los peronistas son así), el desfasaje en relación
al deterioro de las instituciones políticas que informarían ese “ser así”, debería
ser pensado como evidente. Porque, en verdad, ¿es posible actuar como peronista
o como radical en el sentido fuerte cuando hay una importante fragmentación
institucional y una poderosa debilidad simbólica? Para hacer esa evaluación se
presume la existencia de ese colectivo con sostenes institucionales y culturales.
Dadas las condiciones del presente, sería saludable, por lo menos dudar, sino
sobre su existencia, sobre su efectividad, sobre su capacidad de ejercer fuerza
simbólica. Del mismo modo ocurre cuando el cambio se atribuye al individuo y
ese gesto es calificado como traición (traicionó o, quizás, decepcionó, al
radicalismo) lo que presupone, del mismo modo que en el caso anterior, la
existencia de un colectivo realmente existente o una tradición fuerte que se
abandonan. Cuando lo que existen son instituciones y tradiciones que sobreviven
como fantasmas agujereados hasta tanto se las suplante o eventualmente revivan
bajo otras formas, el abandono de esas instituciones y de esas tradiciones, es
apenas caminar hacia otro lado, y está bastante alejado del tipo de la relación
que presupone el gesto fuerte y dramático de la traición.
Desde ya que no se trata de pensar en la
existencia anterior de instituciones o tradiciones impermeables a los cambios, cristalizadas
y poderosas. Si hay algo que no pueden pensarse así son los partidos políticos
en Argentina que como corresponde han sufrido modificaciones en el tiempo y
además han carecido de continuidad de funcionamiento en el marco de
tranquilidades republicanas. No obstante hubo momentos que, con la ambigüedad
de los grandes partidos y en el marco de esa inestabilidad republicana,
tuvieron mayor organicidad y sus tradiciones flexibles pesaron sobre quienes estrictamente
conformaban sus filas y también sobre sus adherentes. Lo cierto es que en el
corto tiempo de los últimos veinte años estos gestos dinámicos (cambios de un
grupo a otro, movimientos contrarios a núcleos de la tradición) han sobreabundado
y en algunos casos han resultado significativos para el conjunto del sistema
político.
”Peor que la traición es el llano” es la
frase que según algunos viejos políticos habría pronunciado en un espacio de
coloquialidad, un también veterano operador político de uno de los dos grandes
partidos. Seguramente refería en tono de
broma, en una mesa nocturna y luego de alguna batalla electoral, a los reacomodamientos
resultado de una interna partidaria. Elementos de la picaresca política que
podía manifestarse de ese modo en el reconocimiento de seguir habitando un
espacio más o menos común, con algunos elementos conformadores de la tradición
que no era fácil ignorar y que seguramente no se encontraban en la letra
escrita. Había solidaridades tejidas entre sectores heterogéneos en base a
lazos armados en la experiencia que podían evitar, por ejemplo, el abandono
total del derrotado en una interna o algún otro gesto que con tribuía a la
reproducción del espacio. No se trataba de partidos ideológicos, pero si con
algunas marcas culturales compartidas que podían atravesar heterogeneidades
sociales, religiosas y hasta estilos de hacer política, contenidos en el amplio
mundo de una historia y de flexibles banderas que sin embargo podían pensarse
como aglutinantes de algo en común que se actualizaba en la confrontación con
el otro.
Por supuesto no hay historia armónica, y
hay momentos de quiebres y de confrontaciones dramáticas. Así y todo, hay prácticas
relevantes en términos simbólicos y cuantitativamente extendidas, con capacidad
de cohesión y reproducción de esos heterogéneos mundos. Por eso la frase que
usa una palabra como traición, más corriente en el mundo peronista que en el
radical, solo es posible de ser pronunciada, en un grupo de pares que forman
parte tanto como él de ese algo flexible pero real que es su partido, de manera
irónica. Y la ironía no inhibe que exista una referencia real. Los abandonos de
unos y reacomodamientos con otros se hacen bajo la protección de esa difusa
cultura común.
V
Claro que los cambios operados en los
gobiernos de Carlos Menem, iban a resultar en transformaciones significativas
en la economía, la política y la cultura. Cambios fortísimos que eran parte de
una verdadera revolución neoconservadora a nivel internacional y que en
términos político culturales construía una extraordinaria hegemonía que lograba
inficionar a los partidos convencionales, por supuesto al estado, al mundo de los negocios, y al
campo cultural y científico. Y en términos de transformación simbólica quizás eran
tanto o más relevante que los cambios impulsados por los nuevos aliados del peronismo
en el ministerio de economía, los que pensaban e implementaban funcionarios
técnicos y funcionarios intelectuales que se habían formado en los procesos de
radicalización del mundo universitario de los años sesentas y setentas, y que
formaban parte de las zonas más dinámicas del mundo académico y cultural. Uno
de esos grupos llevaría a cabo en el ámbito de la educación la reforma más regresiva que afectó a la educación
pública argentina y que se armaba como parte de un proceso latinoamericano de
reformas (que habían contribuido a diseñar ) implementado por un organismo
financiero como el Banco Mundial La habilitación y continuidad de estas
experiencias, primero con uno y luego con el otro gran partido, se asentaban,
entre otras cosas en la percepción generalizada, construida desde la fortaleza
política, cultural y económica, de estar ante un cambio de época irremediable.
A partir de esos momentos, no es que
masivamente desertan las tropas y caen estrepitosamente banderas y otros
símbolos. Hay situaciones inerciales que producen una paulatina dilución. Se
continua marchando pero quienes lo hacen, a medida que las prácticas concretas
van reafirmando esa nueva visión del mundo que ahora unifica a ambos partidos y
a la centro izquierda, son cada vez menos peronistas o radicales, o ( lo que es
más fácil) frepasistas, y se convierten
en individuos que hacen carrera política. Retóricas que refieren a la
sensibilidad nacional popular o la ética republicana se pronuncian, no
necesariamente de forma cínica, acompañando prácticas que son más deudoras del
clima de época que coloca al individuo pragmático en el centro de la escena,
que a las tradiciones que aquellas refieren.
VI
Y a medida que pasa el tiempo hay cada
vez mayor habilitación para reafirmar esas prácticas y transformar esa retórica
en meras guirnaldas de una escenografía de ritual cristalizado. Un hecho
relevante para pensar en los quiebres de tradiciones ocurre un día de fines de
setiembre de 1999 en el estadio Monumental de Nuñez donde se cerraba la campaña
de los candidatos Eduardo Duhalde y Ramón Palito Ortega. Habló primero el
cantante Ortega y luego Duhalde en medio de una lluvia primaveral que caía sobre
50.000 personas provenientes en su mayoría del conurbano bonaerense.El
candidato habló centralmente a los empresarios. Carteles que referían a las
intendencias del conurbano y a distintos gremios se levantaban en medio de la
multitud. El final del acto, cuando ya amainaba la lluvia subió al escenario la
actriz y cantante Nacha Guevara que había protagonizado una de las versiones
del musical Evita y caracterizada domo Eva Perón cantó No llores por mi
Argentina.
Ese ritual protagonizado por Nacha
Guevara es en verdad fundacional en relación al la conformación de nuevos
elementos de la cultura política que producirán un desfasaje entre la tradición
hecha cosa pintoresca por un lado y la vida política práctica ( lo que
verdaderamente hay que hacer más allá de las identidades) por el otro. Cuando
los cambios operados en la política impiden la recuperación de aspectos de una
tradición y sobre todo los aspectos más
rebeldes de esa tradición, ocurre que a la vez se hace necesario no
desprenderse de indicadores de la pertenencia a esa tradición porque, al fin y
al cabo, es sobre esas banderas descoloridas sobre los que se mantienen las
formas organizacionales concretas que, aunque deterioradas, permiten seguir
andando. Entonces se produce ese hecho de incorporación del ícono de la manera
más despolitizada posible negando cualquier aspecto de relaciones con el presente, de la lucha
política, en tanto lucha.
El ritual del acto político es un ritual
en que lo escenográfico y performático cumplen un papel relevante. Tiene algo
de instituyente ya que se reafirma una diferencia entre el o los líderes y los
seguidores, se confirma el papel del líder, de algún modo es un escenario de
revalidación y fortalecimiento de la autoridad. Y las tradiciones están allí en
la forma de interpelar en la misma escenografía, en las imágenes en las
banderas. Pero el centro vital del ritual está en la performance del líder que
cita nombres y frases familiares a la tradición nombrando al presente, y así la actualiza,
reafirma su autoridad y vivifica la identidad del espacio. El cierre con una performance hecha por una
actriz que es la actualización de un producto de la industria cultural
internacional pone al ícono en una situación de extremo desfasaje con el núcleo
conceptual de un ritual político, sobe todo porque es una performance en un
escenario donde la performance ocupa un lugar central en la revivificación de
la tradición. La performance allí, aun la menos eficiente simbólicamente, es
siempre vital o se propone serlo. En este caso se desvitaliza de manera radical
porque se trata de algún modo de un producto seriado, cosificado, producto de
la industria (legítimo en un teatro, pero
no allí) que además , a diferencia de unas remera con imágen o un afiche, se
propone generar emoción, ilusión de vitalidad. Y además en tradiciones
sensibles a los liderazgos carismáticos, ocupa el escenario donde debe estar el
líder
Se podría abundar en situaciones de
ambos partidos y en gestos sociales que con mayor o menor intensidad puedan
pensarse como indicadores de la debilidad extrema de tradiciones que tuvieron
potencia en la historia argentina en distintos momentos del siglo XX. Y entonces vendría a cuenta citar lo que algunos
veteranos del radicalismo comentaban con incomodidad en relación a uno de los
jóvenes viceministros del presidente De La Rua, ex militante de la juventud
universitaria,que al renunciar el ministro se negaba a abandonar su cargo de
vice alegando que significaría un deterioro de su posición económica. Y aunque
esto fuera solamente un murmullo el hecho de que resonara fuerte, lo convertía
en un dato. Quizás tampoco sería irrelevante atender como un restaurante de la
zona de Palermo en Buenos Aires se habilitó a jugar con los símbolos de la
tradición peronista, desde el nombre del lugar, hasta las denominaciones del
menú en donde se puede encontrar cerveza roja montonera y, traspasando los
límites cualquier parámetro del buen gusto, una tabla de fiambres que se llama
Pedro Eugenio.
VII
Sin apelar a un esfuerzo desmedido, es
posible inferir que algo debe pasar en las organizaciones, en los grupos, en
sus identidades, para que ocurran estas cosas que se parecen bastante a un fin
de época que encima no promete alboradas gloriosas en reemplazo. Y quizás no
sea demasiado difícil de ver. No obstante decretar la transparencia del mundo,
aun ante los indicadores de la evidencia, suele convertirse en un movimiento
arriesgado. Sobre todo porque hay una porción no desdeñable de voces diferentes,
social y culturalmente hablando, que con sus respectivas estéticas, parecen creer, o quizás hacen un esfuerzo por
creer para no quedar al descubierto, que existen activamente algunas
tradiciones que se encarnan en algunos individuos, en los restos de uno u otro
partido, e inclusive en algún grupo social, y que las acciones, los movimientos
de la política concreta, pueden ser explicadas en relación con ellos. Además es
verdad que en el mundo dinámico de la política más allá de situaciones de
verdadera hegemonía cultural, hay momentos de significativos desacomodamientos
y siempre, filtraciones. Allí están las poderosas experiencias disruptivas de
algunos países latinoamericanos. Y, específicamente en el caso argentino, los
gobiernos de los Kirchner restituyendo gran parte de la autonomía perdida a la
política e intentando con fuerza y consecuencias reales, la resignificación de
aspectos de una tradición, aunque sin poder modificar la situación de
extrema fragmentación del propio espacio.
Pero aun con estos movimientos que parecen negar lo anteriormente mencionado,
algunas de las condiciones estructurales que generan los debilitamientos
continúan teniendo presencia. Quizás en algún momento se manifestarán con escasa fuerza y en otros
con clara potencia, pero en verdad continúan actualizándose bajo formas
diversas en la vida cotidiana y no
deberían subestimarse.
VIII
Los sentidos comunes arman su mochila
con los residuos de las tradiciones incorporadas, pero también producen
procesos de adaptación creativa a los cambios, también a los no declarados y
percibidos como tales. Somos moneda, dirá Norbert Elías, pero también acuñamos.
Porque es cierto, que en todo momento
hay formas del sentido común que, de algún modo u otro, y en el medio de dinámicos
idas y vueltas, dan cuenta de los cambios menos explícitos. Aunque sea de
manera confusa y mezclando elementos de la receta aprendida junto con el
sentido práctico que descubre la legitimidad
potencial de algunas nuevas prácticas. Que, en fin, resultan más compatibles
con el clima de época o, si se quiere, con las nuevas formas de dominación. La
explicación del que atiende a los movimientos del individuo saltando de unos a
otros de los restos del sistema político y que retóricamente hace un gesto de
descalificación frente al abandono de una identidad, también percibe que,
aunque de ese lugar cuelguen guirnaldas que hacen referencia a una tradición,
ya no tiene el poder culturalmente coercitivo de los espacios simbólicamente
fuertes.
Porque tanto el agente concreto que
produce ese cambio mayor o menor, como el que lo descalifica desde algún
espacio social y cultural determinado, están participando en instituciones
débiles y de algún modo u otro pueden percibir y vivir esa debilidad. Es lo que
potencialmente harían otros que juegan el mismo juego de darse circunstancias
similares y aun los ciudadanos que no participan directamente de ese juego y
que inclusive pueden actuar alguna individualista retórica condenatoria. Más
allá de los aires revitalizadores de la ultima década, dadas las condiciones institucionales del
sistema político en el presente, de un clima cultural asentado en prácticas
cotidianas y en transformaciones estructurales profundas, no hay que forzar
demasiado el análisis para dar cuenta, entonces, de que el cambio de bandera política
no es algo que los distintos sentidos comunes circulantes puedan percibir como
extraordinario. Por el contrario, la
relativa indiferencia parece volverlos gestos de algún modo consabidos, quizás
dotados de alguna racionalidad y, acaso, cada vez más justificables socialmente.
*Lucas Rubinich es sociólogo, profesor
titular de la Carrera de Sociología la FSOC UBA, investigador del Instituto de
investigaciones Gino Germani. Fue director durante cuatro períodos de la
Carrera de Sociología. Desde hace 14 años dirige la revista Apuntes de
Investigación