Un cross a la mandíbula de la ilusión
republicana
Lucas Rubinich
I.
Dentro del fragmentado mundo político argentino, la
asociación política hoy en el gobierno es la que en la competencia electoral
nacional que le dio el triunfo, levantó, quizás sin mucha solidez de principios,
pero con alguna fuerza discursiva, la bandera de la república. En verdad más
que como una fuerte referencia constitucionalista implicada con el destino de
la nación al estilo Alfonsín, como vaga idea de una forma que pondría fin a lo
que se definía- acompañado de
situaciones que le otorgaban fuerte credibilidad-, como desmanejo de la cosa
pública, irresponsabilidad de los dirigentes, y corrupción. L a idea de la
reconstitución de un orden que
seguramente era leído de muy distintas maneras por diferentes sectores tuvo
algún éxito, quizás sin que esto haya habilitado grandes esperanzas, pero si expectativas, probablemente de baja
intensidad. Entonces, más allá de límites intrínsecos, como que el presidente
haya sido educado por, y trabajado para un espacio empresarial familiar que hizo
su fortuna en una buena porción actuando como
patria contratista y que eso mismo resultaría en un oxímoron al juntarlo
con cultura republicana, la posibilidad de actuar republicanamente estaba a mano, y quizás hubiera posibilitado
construir la derecha democrática que imaginaba y deseaba el sociólogo Torcuato
Di Tella.
Pero desde el inicio
de este período de gobierno se llevaron adelante distintas acciones políticas,
como designación de jueces de la corte por decreto y una publicitada detención arbitraria de una
ciudadana motivadora de fuertes intervenciones mediáticas principalmente sosteniendo
el deseo de que fuera condenada, que no contribuían a desarrollar el republicanismo
que quizás en términos integrales, en épocas de la sociedad líquida, no estuvo
en los sueños de nadie. Esas medidas que corrían tranquilas sin encontrar
fuertes barreras en la cultura política de ese mundo fragmentado, parecían
satisfacer a un sector cualitativamente importante de los votantes del gobierno,
y lograban murmullos de respeto más evidentes en sus partidarios, pero también
en diversos agentes de la clase política que veían en ellas capacidad decisión.
La apuesta por aplicar reducción de penas (el llamado 2x1) a
los acusados de crímenes de lesa humanidad no obtuvo el mismo clima favorable y
por el contrario activó una especie de sensibilidad colectiva de compleja conformación. Un entramado que
incluye experiencias de distinto tipo: relatos, sensaciones del mundo familiar
o comunitario, lecturas, un conglomerado desordenado de imágenes fugaces activadoras de alguna emoción, sentimientos que pueden asociarse a algunos hechos y convertirse en hilos que desprolijamente tejen algo así como zonas de una memoria colectiva. En suma, mil
y una sensaciones mezcladas organizándose,
a veces bajo la forma de temor que puede llamar a alguna indiferencia, pero también de la misma manera que en los
comienzos de la democracia, como voluntad de rechazo a la arbitrariedad estatal,
ante acciones que puedan actualizar aunque mínimamente formas que se
presentaron de manera brutal durante el terrorismo de estado. Y es quizás esta
sensibilidad el elemento cultural más fuerte sobre el que se asienta este pacto
implícito que sostiene este agujereado modelo democrático
Es probable que los elementos más fuertes de esa
sensibilidad, que quizás sea pertinente
imaginar en estado de latencia, atenuándose y encendiéndose en relación con disputas y situaciones que la
actualizan bajo distintas formas, estén hilvanados con la conmoción que produjo
la visibilización pública de uso cruel y perverso de la fuerza del estado
durante la dictadura argentina que se inicia con el golpe de estado de 1976. Los
secuestros y cambios de identidad de niños de los revolucionarios civiles
cautivos y asesinados en los campos de concentración, las
acciones mediante las cuales muchos de esos ciudadanos en cautiverio
eran arrojados al mar desde aviones de las
fuerzas armadas, la tortura- que incluye
entre otras prácticas el abuso sexual-, como procedimiento normal practicado
por funcionarios del estado, se presentaron a los ojos de grandes y
heterogéneas franjas de población como
algo inaceptable. Y aunque, como siempre, las luchas culturales puedan correr
el límite de lo moralmente válido, pareciera que todavía hay algo así como una
línea, flexible, pero que sigue apareciendo en ocasiones especiales para
amplios sectores de la sociedad, y que supone la no aceptación de olvidos, ni de reivindicaciones de esas acciones
llevadas adelante por el estado que la justicia calificó como crímenes de lesa
humanidad y, por supuesto, ni de formas contemporáneas que parezcan remedarlos
o que se perciban como tales. Allí el gobierno debió retroceder.
II
No obstante, poco
tiempo después de ese retroceso, se produjo una directa confrontación contra esa
sensibilidad. Y esa confrontación se escenificó peligrosamente en la manera en
que distintos y relevantes funcionarios del
gobierno actuaron frente a la sospecha de desaparición forzada de un ciudadano
en un contexto de represión efectuada
por una fuerza de seguridad federal contra un pequeño grupo de ciudadanos en
una zona rural de la provincia de Chubut. Es verdad que las fuerzas de
seguridad actúan y actuaron en muchos casos en estos años de democracia produciendo hechos que potencialmente podían
conmover a esas sensibilidades y no lo hicieron, o por lo menos no de esta manera. Pero lo que
interesa remarcar es que por algunas circunstancias, entre ellas las relativas
a las características de la situación (jóvenes que levantan banderas a favor de
la libertad de un compañero considerado por ellos preso político, grupos que
reclaman tierras en poder del grupo Benetton y la represión a un corte de ruta
y persecución a campo traviesa de ocho o
diez ciudadanos por más de cien efectivos de la fuerzas) se produjo una
repercusión que efectivamente posibilitó una alta visibilidad pública. Y en este caso, sí, los
hechos actuaron reviviendo esa sensibilidad.
No obstante, en esta oportunidad, el gobierno decide, quizás
confiado en su relativo buen desempeño electoral, confrontar con esa sensibilidad a la que
probablemente imagina no suficientemente fuerte. Y ya en la abierta disputa, como no es posible erradicarla por obra de la
mera voluntad política, lo que se hace es intentar acotarla, reducirla a un
nicho político cultural
En una sociedad de instituciones débiles y una clase
dirigente descreída de ellas, el intento
de acotar ese sentimiento, restandole universalidad y asociándolo a la
oposición ligada al gobierno anterior como parte de la lucha política
coyuntural, es, si se intenta una evaluación a mediano plazo que piense en
consolidar una democracia en la que el recurso al uso de la fuerza pública no
se convierta en un factor central de estabilidad, una verdadera catástrofe.
Pero claro, si hay algo que ocurre en una época de
trascendencias agujereadas es que la política se convierte en pura táctica, es
hecho contra hecho y se despliegan todos
los recursos para ganar la disputa. Los viejos partidos que podían otorgar una
flexible trascendencia, han visto el
deshilachamiento de sus banderas y el clima predominante deudor de la cultura
del capital financiero internacional es una cultura de winners and losers. El largo plazo para la cultura de los CEOs que
ha inficionado la política no es demasiado relevante. Entonces no hay
inhibiciones para usar un recurso que sirva para ganar una batalla coyuntural. Y
en esa urgencia no importa o no se considera relevante si el accionar
transgrediendo formas significa el desapego a una regla constitucional, y tampoco
si se considera que en la particular situación de argentina desde una situación
republicana clásica, la violación de esos procedimientos puede despertar oscuras fuerzas estatales derrotadas en el momento fundacionales de la
legitimidad democrática. Quizás esa idea ni siquiera está en el horizonte de
posibilidades. Pero así y todo, como parte de la alianza de gobierno están
entre otros restos, los restos del partido radical que, como se dijo, tuvo un
papel central en la fundación democrática de 1983 y entonces probablemente allí
resuenen las nociones de ciudadano y república. Por ello, por lo menos en
algunos sectores, hay alguna idea de cómo se debería accionar, sobre todo si
además, como efectivamente ocurrió, aun en la identidad ambigua de la
asociación política en el gobierno, se pronunció la palabra república otorgándole
un valor positivo.
En verdad, no hay que dar muchas vueltas. Una manera clara y
contundente para la construcción de legitimidad de las instituciones
republicanas, para fortalecer la ilusión del bien común, es responder con
gestos claros e inmediatos cuando se producen hechos significativos y de
trascendencia pública en el que instituciones del estado están sospechados de
cometer delitos que tienen fuerte rechazo cultural y trascendencia
internacional, y que además, están dramáticamente inscriptos en la reciente
historia de la nación argentina, como lo es la desaparición forzada de personas.
Preguntarse cómo se han desempeñado los organismos específicos del
gobierno nacional frente a un hecho en
el que un ciudadano desparece en un contexto de represión llevado adelante por
una fuerza de seguridad federal y
encontrarse con respuestas no adecuadas a una tradición republicana puede ser
problemático para una fuerza política inscripta en esa tradición. Más problemático
es si esa fuerza política actúa en Argentina, país que tuvo el trágico mérito
de diseminar por el mundo la palabra desparecido en idioma castellano durante
el accionar de una dictadura que cometió crímenes de lesa humanidad, y la
extraordinaria virtud de conseguir condenas ejemplares a los criminales
miembros jerárquicos de las fuerzas militares del estado en la naciente
democracia. Pero, claro, para que esa situación problemática fuese evidente se
necesita que la adscripción sea algo más que un recurso retórico. Si la cultura
republicana es fuerte en la asociación
política en el gobierno, sin lugar a dudas hay en este accionar un problema. Lo
contrario demostraría que esa cultura no es productiva, que no tiene
consecuencias en el accionar de sus miembros, porque como dice Max Weber "Los agentes sociales obedecen a la
regla cuando el interés en obedecerla la coloca por encima del interés en
desobedecerla."
III
Durante los 30 días posteriores a esa desaparición
funcionarios relevantes y otros miembros del gobierno, amplificados y reforzados creativamente por los grupos
mediáticos más importantes del país elaboraron tres tipos de respuestas al
problema: La primera respuesta es la negación de que exista esa desaparición en
ese contexto, y, consecuentemente, la explícita
desresponsabilización de la fuerza federal que participó de esa represión; la segunda, es la invención
de imaginativas hipótesis sobre el paradero supuesto del ciudadano desaparecido
y por lo tanto la trivialización de la sospecha principal; y la tercera, es la
demonización de la comunidad reprimida y del desaparecido, identificado como colaborador y simpatizante de esa comunidad.
Sin lugar a dudas cada una de estos tres tipos de respuestas
con las variaciones en cada caso resultan indudablemente contradictorias, e
inclusive, confrontativas con las
distintas formas de la cultura republicana. ¿ Porqué?. En principio, porque, ante la sospecha fundada de que exista
esa desaparición, si hay algo que no deben hacer los funcionarios de un
gobierno es simplemente negar la
situación, sino atender a la sospecha aunque luego se demuestre que no poseía
fundamento. En lo que refiere a la invención de versiones que separan del lugar
de los hechos al ciudadano desparecido, se trata de vulgares formas de distracción que
refuerzan la postura de negación trivializando la sospecha de una manera que, en el marco de la historia argentina
donde esas operaciones se hicieron desde funcionarios y desde medios de
comunicación en momentos de la peor dictadura que soportó el país para ocultar
el horror, se torna, por lo menos, obscena. Por último, y en el mismo sentido, la demonización del grupo de ciudadanos
reprimidos y del desaparecido por sus acciones e identidades culturales, ignora
flagrantemente que el estado debe ser responsable por las acciones que efectúan
sus organismos de represión, sea lo que fuere lo ocurrido, sea cual fuere la
identidad política étnica del ciudadano y del grupo con el que se encontraba en
el momento del hecho. Lo obvio es que debe justificarse el accionar de la fuerza y explicar si hubieron
detenciones, porqué motivos, y, obviamente, cumplir con la obligación de poner
esos detenidos a disposición de la justicia. Lo que no puede ocurrir es que
simplemente desaparezca un ciudadano durante el accionar de esa fuerza. Que los que produjeron el hecho que motivó la
represión sean simpatizantes de los mapuches, kurdos, afganos o maoríes es
irrelevante en esta instancia.
Entonces se puede sostener que un accionar gubernamental de
estas características y sobre todo de la asociación política que, aunque sin
una gran fuerza simbólica, prometía algo así como la restitución del orden
republicano en momentos de la campaña en
la que obtuvo la presidencia, agujerea gravemente la legitimidad del sistema democrático
de la república argentina. Claro, esto es así, si de lo que se trata es de
construir legitimidad institucional y no
de una apuesta inmediatista por ganar una partida. Como resulta obvio, durante
el primer mes, la opción gubernamental fue ganar una partida sosteniendo lo
actuado con el apoyo de, por lo menos los dos grupos comunicacionales más
importantes del país, en la confianza de que a una porción de la sociedad que quizás supera a sus
votantes, evaluaría positivamente estos gestos.
En verdad no sería extraño que algo de eso ocurriera, es
posible imaginar que, por lo menos, en los
primeros momentos, los votantes del gobierno, y quizás muchos más, no promoverían
ni sostendrían opciones que implicasen
un freno sancionatorio. También puede suceder que los funcionarios con ojos de
buen cubero inmediatista perciban o
crean percibir que no existen obstáculos tales como un clima republicano
inhibidor en gran parte del sistema político, y desde ya mucho menos en los núcleos
dinámicos de la asociación política que gobierna. Al contrario, si hay algo que
pueda ser identificado como más fuerte
que la noción de república en la asociación política en el gobierno, pero también
en elementos culturales visibles en distintos sectores de la sociedad, es la
cultura de ganadores y perdedores. Y habría que agregar que también es fuerte en la cultura práctica
del gobierno una manera de relacionarse
con los ciudadanos que contiene claros elementos de lo que confusamente suele denominarse populismo. Para
decirlo en términos concretos: el winner
en el gobierno puede transgredir para lograr su objetivo, y sobre todo si se
trata de reglas que pueden ser transgredidas por arcaicas. Pero además, como vox populi vox dei, debido a la empatía con una cultura de época, la
evaluación de encuestas y los resultados de los focus, puede sugerir que no solo no hay sanción por ello, sino que
para un electorado propio y quizás a otras
franjas que le permitirían algún crecimiento, esta transgresión puede ser vista como sinónimo de fortaleza.
IV
De todos modos, en las sociedades complejas hay luchas por
la imposición de visiones del mundo, aunque es verdad que estas se presentan quizás en la mayoría de las veces y más en los
fines de época, de manera desordenada y confusa. No obstante, es cierto que no
es posible ignorar en estas luchas la existencia de una fuerza político cultural
internacional que como un arrollador fantasma recorre distintas zonas de la
sociedad erosionando instituciones diversas, y también las del orden
republicano que incomodan a un nuevo orden. Está situación ha sido observada
con agudeza y algún pesimismo por sociólogos y economistas de las generaciones
mayores que vieron y siguen viendo, por
un lado, la decadencia de las viejas
formas políticas e institucionales que permitían contener y organizar
colectivos sociales, y por lo tanto hacer escuchar la voz de aquellos más
alejados de los espacios de decisión, y por el otro, el surgimiento de actores
que en el marco de la extensión de la cultura del capital financiero
globalizado, pasan a tener una capacidad de decisión significativa acerca de lo
que ocurre en distintas sociedades nacionales, que se encuentra claramente por encima de la de los ciudadanos electores.
Centralmente se atiende a como las tomas de decisión sobre
cuestiones relativas al ámbito de la redistribución de recursos se desfasa de
la acción colectiva, y como el mundo financiero, directamente escapa al control
democrático. Wolfgang Streeck llamará post democracia a la escenografía de las viejas democracias republicanas funcionando
en un mundo en el que “los Estados están situados dentro de los mercados, en vez de
los mercados dentro de los Estados” ( Streeck, 2016). Zygmunt Bauman dirá que
en la sociedad solida existía un compromiso mutuo entre el capital y el trabajo
y que “en la modernidad líquida dominan los más elusivos, los que
tienen libertad para moverse a su antojo”, y es así entonces, que el capital
globalizado con posibilidades de desplazamiento internacional se desinteresa de
las reglamentaciones legales del trabajo que aseguran una mayor integración y
cohesión social. Jorge Beinstein se refiere a las nuevas clases altas
que, en el marco de los deterioros institucionales, se convierten en agentes tomadores de decisiones que afectan al conjunto de la sociedad eludiendo los controles democráticos. Las
caracteriza como lumpenburguesía. Dice :“Los grupos locales se caracterizan por una dinámica
de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios
legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta
el narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos
opacas.” Y concluye “Las elites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante
de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos
degradada que sus paradigmas internacionales” ( Beinstein, 2016) Por su parte ,Ricardo Sidicaro, afirmará refiriéndose la política en Argentina que .” La
desarticulación del campo político nacional, puede considerarse como una
expresión y continuación de la anomia
institucional cuyos más claros observables empíricos son, en las cúspides:
el incremento de los personalismos, los nepotismos, las opacidades del
micro-ámbito de deliberación de los “jefes”, los transfuguismos, las faltas de
agendas programáticas; y, en la sociedad, en general, la ausencia de confianza
en las entidades electorales combinada con ocasionales momentos de
efervescencia o entusiasmo confundidos como modos de participación política”. (Sidicaro,
2015).
En este contexto de debilitamiento
de la capacidad de control de las instituciones democráticas frente a los
actores poderosos, de sus deterioros y la pérdida de credibilidad, sumado a las
características de esos nuevos actores con cultura del capital financiero, la
transgresión de principios republicanos que, al fin y al cabo responden a
instituciones del viejo orden con débil productividad cultural, no parecerían
preanunciar grandes consecuencias para quien las realiza si puede mostrarse
como un jugador poderoso que sabe jugar en el nuevo orden. Claro que en este
caso se transgrede una regla asentada en
una experiencia que por lo menos tuvo, en un momento no tan lejano, un extraordinario
peso simbólico.
V.
Pero sea cual fuere el resultado del proceso acontecido en
el largo mes de agosto de 2017, aunque los funcionarios pertinentes asuman su
responsabilidad y la justicia actúe en consecuencia, o que por el contrario se
continúe tratando de disimular esperando que la cuestión se diluya en el tiempo,
y por más que este destrato a las instituciones republicanas sea parte, como se
ha visto, de una fuerza político cultural que trasciende a una nación, hay algo
que tiene que ver con las creencias ya debilitadas de la ciudadanía en las
instituciones que se encargan de implementar decisiones de gobierno, que se ha alterado dramáticamente.
Las
experiencias construidas a partir de
1983 en donde por la existencia de la democracia se pudo realizar
un juicio a las juntas militares generó- adquiriese la forma práctica o discursiva
que fuere-, algo así como una ilusión republicana, y si se quiere tuvo un
carácter fundante y trascendente por su singularidad. El reordenamiento surgido
luego de que una población se rebelase ante la quiebra flagrante de las reglas
del juego en el 2001, supuso, ante la inexistencia de un horizonte con otras formas, al menos la sobrevivencia, aunque herida, de esa ilusión.
Ilusión que no es ni más ni menos que algún grado de confianza sobre el orden
institucional que organiza zonas significativas del mundo en que se vive.
Es posible imaginar con algún pesimismo fundado que en el
mundo que se avecina, estas formas de gobierno, en un contexto como el descrito
por los analistas, puedan mantenerse, con idas y vueltas, más sujetas a los golpes
de mano de los poderosos, que a la
voluntad autónoma de los ciudadanos y sus representantes. Es desde ya un
supuesto, amparado en producción académica y que, en tanto tal, puede ser sostenido.
No obstante, es cierto que la negación colectiva de estas predicciones autorizadas culturalmente, alentadas
por otros deseos colectivos pueden alterar los destinos que se presentan como
prefijados. Dios acecha en los intervalos, dijo un argentino famoso. Pero lo que sí es más seguro que ocurra, es que cuando se analice la
decadencia del sistema republicano argentino que se refundó en 1983, se le otorgue
un papel explicativo central a este momento en que las acciones de funcionarios de gobierno e
instituciones del estado agrietaron de
manera brutal y grotesca creencias básicas sobre el papel universalista de las
instituciones. Creencias, por otro lado, que en algún momento se imaginaron
fundamentales para el mantenimiento de un sistema de dominación y que el cambio de época pareciera ir transformando en obsoletas para ese fin.
La contundencia de esta situación, acaso su trascendencia,
puede ser descrita de maneras diversas, pero quizás sea difícil encontrar otra
forma tan certera como aquella vieja metáfora del habla coloquial que también
refiere a la literatura argentina, y decir que lo ocurrido, en empatía con un
clima de época, fue ni más ni menos que un cross
a la mandíbula de la ilusión republicana.
Buenos Aires, setiembre 2017
Bibliografía citada
Bauman, Zygmunt, Modernidad
líquida, Buenos Aires, FCE, 2003,
Beinstein, Jorge, 2016: Lumpenburguesías latinoamericanas, revista Maíz No 6, F.de P y C
de la C, Universidad Nacional de La Plata, La Plata.
Sidicaro, Ricardo, 2015: Las
anomias argentinas, Apuntes de investigación del CECYP N 26, Buenos Aires
Streeck, Wolfgang, 2014 ¿Cómo terminará el capitalismo?, NewLeft
review Nº 87 julio - agosto 2014 segunda
época, Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador–IAEN
2 comentarios:
muy bueno su analisis compañero
Excelente análisis. Gracias.
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